El referente en el que se mueven los nuevos diputados de Podemos y ad lateres, entra en lo que hacen el común de los mortales: representar un papel, que va cambiando con los años, y que , al contrario que en el circo, cuyo objetivo y finalidad es la risa, en el teatro puedes vivir una comedia o terminar en tragedia o drama. Delimito mi opinión a tres puntos: 1: El aprendizaje teatral es lo normal, 2: Supone espontaneidad en la forma de actuar, y 3: Los parlamentos se desautorizan por sus obras y maneras.
El primer argumento lo encontramos en casi todos los sectores de la vida. Me voy a centrar en la enseñanza. Los alumnos de primero en la facultad vienen desorientados, asustados (algunos), y no se creen que son libres y responsables de sus actos. Esas clases de primero son como un hormiguero, parece que se mueve todo el aula, a veces crees que las paredes hablan. Hay que tener paciencia y tenacidad para hacerles comprender que deben portarse de otra manera, pero nadie va a anular su personalidad, ellos decidirán si se van o se quedan, si van a estudiar o sólo a colaborar en las charlas de la cafetería. Al final de los cinco años, tendremos los licenciados, doctores, ingenieros y profesores que educarán, sanarán y legislarán para los hijos de nuestros hijos. Casi lo mismo dirán aquellos que están en las empresas en cargos medios y se encuentran con los “nuevos”, “aprendices” o “becarios”. Les aseguro que los incorporados, si es su vocación, en poco tiempo llegarán a superarlos.
El segundo argumento se basa en ejercer la libertad sin condicionantes previos. Los jóvenes (y mayores) que se han formado “políticamente” en las asambleas, no conocen (y creo que no resistirían) la disciplina de partido. Esa disciplina que en ocasiones podría obligarles a votar contra tu voluntad, esa disciplina que los acorbata, esa disciplina que los libera de pensar en cómo deben argumentar porque les da el argumentario impreso, esa disciplina que hace que un joven, tantas veces, hable como un viejo. La espontaneidad, el dinamismo, si quieren la ingenuidad, puede observarse, pero la ilusión y falta de violencia arropa y difumina otras deficiencias. Hace pocos días en una cadena de televisión hicieron un examen, de broma, a los nuevos diputados, el que mejor respondió fue uno de Podemos, y el que peor, el de un partido clásico. Al no tener una estricta organización que te respalde y te diga exactamente por donde debes moverte, no te queda otra que estudiar, leer, estudiar, leer, preguntar, etc.etc. ¡Ah!, han comentado que en esta legislatura es en la que se cuenta el mayor número de licenciados, indudablemente, no son todos de Podemos.
Un traje o un peinado no desautoriza a un parlamento, lo que hace que pierda su autoridad es lo que dicen y hacen los que lo componen. Si recordamos algunos tristes episodios protagonizados por varones y señoras de avanzada edad, bien vestidos y bien comidos, con años metidos en la política, entenderemos que lo normal es “no querer parecerse a ellos”. Que un señor llame “¡sinvergüenza!” a una compañera de escaño porque ella está denunciando lo que debe denunciar, es insoportable; que un señor resuelve el problema de los desprotegidos con “¡Que se jodan!”, indica que no le importa que se muera o que asalte el parlamento mientras a él no le toquen. Cuando se suben el sueldo los que más cobran y le suben menos de dos euros a los jubilados tantos, como mis más próximos, es una falta de solidaridad inmensa; cuando se llevan a paraísos fiscales miles de millones adquiridos de forma fraudulenta, y obligan a pedir miles de millones a fondos internacionales, millones que repercutirán en la deuda personal de todos los españoles, entendemos que mejor “nos vamos de España”. Ningún zapato de charol, sombrero de fieltro, gabán de alpaca cubre esas miserias, miserias que son evadidas, tapadas y negadas, por los responsables de los partidos clásicos. Si los jóvenes proponen otra forma de hacer política, dejémoslos, no los condenemos antes de que cometan el delito.
Termino con dos ideas más. Los que conocemos un poco los medios sabemos que si no se habla de un tema, ese tema no existe; también sabemos que el periodista debe de valorar la información según el daño que pueda provocar. En el caso de los dos temas que absorbieron las tertulias y los periódicos: el niño de Basanta y las rastas de Alberto, si los medios, una vez informados del tema no lo repitieran ni otra vez más, todo quedaría en silencio; además no tiene valor alguno como noticia, no provocan mal, ni peligro posible. Sin embargo, si hay algún miembro de Podemos o de cualquier otro, que se dedique a estafar, corromper, robar, mentir con alevosía y premeditación, a ese es al que hay que dedicarle horas de radio y ríos de tinta para alejarlo de la cámara del pueblo.
Yo estaba en Madrid, no noté violencia alguna, era como una especie de fiesta de la democracia, la charanga valenciana, el desfile de bicicletas, la alegría y sorpresa de los que entraban sin saber si iban al archivo de las Cortes o al hemiciclo. Era bonito y los espectadores se reían.