Uno ha de reconocer que, en su infinita capacidad de no seguir sus propios consejos, sigue haciendo predicciones relacionadas con lo que harán o no el actual Gobierno y la actual oposición. Y, así, uno confiesa que hace un par de meses tituló una crónica de la siguiente guisa: “No habrá cuarta prórroga” . Pues ya vamos a por la sexta, con todas las probabilidades de que salga adelante pese a la oposición de Vox y del PP, ahondando la pandemia en esto de ‘las dos Españas’: la que quiere prorrogar y la que no. A Sánchez hay que reconocerle que es como los trapecistas del ‘más difícil todavía’: negocia a varias bandas y saca adelante sus intereses, que pueden o no ser los del conjunto de la ciudadanía. Pero eso parece, a estas alturas, casi secundario.
De pronto, casi siempre ya de noche o anocheciendo, te enteras de que sí, de que se ha vuelto a la negociación, quizá nunca abandonada, con ERC y que, a base de convenir cosas que nada tienen que ver con el virus que nos ataca, ni siquiera con la reconstrucción que, de una u otra forma, hay que asumir, los republicanos independentistas catalanes han pactado abstenerse en la votación del miércoles. Como el PNV dará sus votos a favor y Bildu quién sabe, además de un par de los pequeños, pues resulta que Sánchez, ale hop, podrá con mucha probabilidad sacar una vez más adelante su prórroga. Alarma hasta finales de junio, cuando, por cierto, acaba el período de sesiones parlamentarias. Luego, tras el descanso agosteño, el regreso en medio de un otoño tórrido, tal vez un reajuste ministerial, los efectos del ingreso mínimo vital y de una cierta recuperación de la actividad económica... y a afrontar el invierno y poner rumbo a 2021, que es fecha cercana y, sin embargo, tan lejana, en la que no falta quien se atreva a pronosticar que habrá elecciones generales. Pero eso, ya digo, está lejísimos, visto desde el hoy todavía confinado.
A mí, Sánchez me parece casi un mago: te lo encuentras pactando con Bildu y con Ciudadanos al tiempo, convenciendo a todos, con ‘argumentos’ que están bajo el tapete, de que lo mejor para la salud pública es prolongar la alarma, aunque haya expertos que dicen que tal cosa carece de justificación. El país está como anonadado y los bocinazos semanales de la oposición en la sesión de control parlamentario de los miércoles la verdad es que son poca cosa, como son poca cosa las ráfagas de preguntas telemáticas de los periodistas en las ruedas de prensa presidenciales, con evasivas y sin repreguntas.
No solo saca adelante sus prórrogas, a veces en condiciones extremadamente difíciles: es que ha logrado que la oposición se convierta o en un mar de claxons voxiferantes o en una bronca cada siete días al señor presidente por parte de un Pablo Casado que sigue siendo la pieza esencial en el tablero y que, en mi modesta opinión, quizá debería reorientar sus estrategias y hasta su táctica. Y repensarse algunas colaboraciones.
Supongo que algún día los historiadores publicarán volúmenes y volúmenes sobre una figura, como la de Sánchez, irrepetible, vamos a llamarla así. Hoy se cumplen dos años desde la moción de censura que llevó a Sánchez a La Moncloa. En estos dos años, ha ocurrido casi de todo lo imaginable y mucho inimaginable. No haré ahora valoraciones sobre este aniversario para no alargar demasiado este comentario. Solo destaco que las encuestas siguen diciendo que, si hoy hubiese unas elecciones, Sánchez las ganaría. Por los pelos, pero ya le digo: como lo de las prórrogas del estado de alarma. Ni usted ni yo quizá lo entendamos, pero salen adelante. Y ese es el caso.