Existe una mayoría de aficionados que discrepan sobre el triunfo del Real Madrid en la Champions frente al Atlético de Madrid. No sé por qué los más opositores a la victoria merengue entienden que el equipo que dirige Simeone mereció llevarse su primera Champions. Que ya le tocaba. Que en Concha Espina con diez “orejonas” ya tenían bastante. Alucino. Desconozco en qué se basan estas apreciaciones que respeto, pero no comparto. Los colchoneros perdieron sus tres finales disputadas. ¿También es culpa del Madrid? Evidentemente no. Al Cholo le reprocho su “canguelo” al no arriesgar cuando lo tenía todo a favor después del empate conseguido por Carrasco. Pero en lugar de ir a por el partido, con un rival destrozado físicamente, acabó jugando al escondite cobijándose ante Oblak. Y ahí la pifió. En esa situación, el Madrid confió todo su poderío a los cambios, especialmente en la salida del coruñés Lucas Vázquez, revulsivo en un equipo donde Cristiano Ronaldo estuvo desaparecido. Donde Benzema, ineficaz y desesperante, sigue ofreciendo excesivas lagunas sin olvidarme de un Pepe con sus ya clásicos numeritos circenses que deshonran a un profesional.
Y como el libreto de esta finalísima parecía marcado desde el minuto 1, el partido llegó a su máxima intensidad con los penaltis. Y aquí es donde la mente juega un decisivo papel y donde la determinación de Lucas Vázquez, Marcelo, Bale, Ramos, Cristiano –que injustamente se llevó todos los honores del triunfo–, Griezmann, Gabi, Saúl y Juanfran, a pesar de su fallo, demostraron una capacidad de compromiso asombrosa. La que, por ejemplo, no tuvo Bebeto, cuando el Deportivo se jugaba el título ante el Valencia en Riazor y donde el delantero escurrió el bulto para que fuese Djukic el que tuviese el coraje de coger el balón para lanzar y errar aquel penalti que nos privaría de ganar aquella Liga del 93-94 con la que todo el deportivismo soñaba.
Una vez más se demuestra que el futbol tiene un valor muy peculiar del destino: a veces tanto que espanta, aunque en otras es benévolo con los grandes. Como lo fue con CR7 en Milán, autor del penalti decisivo que le daría al Madrid su título y que ha servido para tapar las vergüenzas de la Liga. Sin embargo, hay cosas que nunca cambian. Como que el Madrid será siempre once veces más grande que el Atlético. Y seis más que el Barcelona.