En la pasada final de la Copa se ha repetido la tradicional pitada al himno nacional. España tiene un serio problema de aceptación de sus símbolos, asociados a la dictadura e impuestos en el quid pro quod de las negociaciones durante la Transición. Somos muchos los que por imperativo legal y por educación, guardamos las formas ante una monarquía, una bandera y un himno que no los sentimos como propios, sin que por eso dejemos de sentirnos españoles.
Al oportunismo político de los soberanistas catalanes, se suman los descerebrados que exigen expulsar al Barça de la competición, encarcelar a los que silben el himno, o molerlos a palos. Son actitudes que se alimentan en la falta de cultura histórica, que nos hace confundir los símbolos del estado, que es una entidad política artificial dotada de leyes y fronteras, con el sentimiento de nación, que es una comunidad emocional y lingüística.