Cuando uno lee el artículo 14 de la Constitución Española o el artículo 1 de la declaración Universal de los Derechos Humanos cree haberse reconciliado con la humanidad. La igualdad de todos los seres humanos es una proclamación solemne que preside el arco jurídico del mundo civilizado. Luego el día a día nos abofetea y despierta violentamente de nuestro sueño. No es lo mismo el niño negro de Atlanta que el blanco de la misma ciudad, ni el primero que otro niño negro de Sudán. No es lo mismo una desaparecida humilde de Badajoz que una desaparecida rica de Pozuelo. No es lo mismo un carterista del metro de Barcelona que un Malversador del barrio de Salamanca, ni es lo mismo un muerto de Nueva York o 300 muertos de Yakarta. Ni que decir tiene que no es lo mismo una adolescente consumista de occidente que una adolescente semiesclava de Oriente. Y la diferencia es siempre la misma, no tanto el color o la procedencia, sino el dinero, y esa diferencia insalvable a lo largo de la historia parece haber convertido la igualdad en una utopía infinita.