Las familias suelen reunirse alguna vez al año por algún motivo extraordinario. Olvidémonos de entierros, enfermedades y sucesos desagradables, para centrarnos en otras celebraciones como la cena de Nochebuena, una boda, comunión, bautizo, cumpleaños... Generalmente, la oportunidad no agrada a todos al mismo nivel, pero casi nadie suele faltar a un encuentro en el que los primeros instantes siempre son de bienvenida, buenas intenciones, recurrentes frases hechas y el anecdotario del simpático de turno.
Pese a los desencuentros que pueda haber en el seno de la familia, la mayoría comparten el motivo de la cita y no dudan en tratar de hacer agradable la jornada, pese a que, en muchas ocasiones, el impuso sea el de levantarse de la mesa, dar un portazo y hasta la próxima. Esto no ocurre casi nunca por respeto al homenajeado de turno y porque, al fin y al cabo, los rescoldos del cariño siempre afloran. Una risa forzada o un cambio de conversación a tiempo suele servir para ser políticamente correcto y mantener una unidad que solo necesita una chispa para saltar por los aires.