Es curioso que mientras los defensores de la independencia trataba de convencer a sus seguidores de que no perderían la nacionalidad española en una Cataluña independiente –deberían explicar por qué se empeñan en renunciar ahora a la españolidad que después pretenden recuperar–, un madrileño de toda la vida, Fernando Trueba, renegaba de su condición de español.
El cineasta aprovechó el acto de entrega del Premio Nacional de Cinematografía con el que había sido galardonado para “declarar” su amor a España. “Nunca me he sentido español, ni cinco minutos de mi vida, en caso de guerra iría con el enemigo” y lamentó que España venciera a los franceses en la guerra de la Independencia, “me hubiera gustado que ganara Francia”.
Trueba está en su derecho, pero eligió un mal momento para “salir del armario” de los apátridas porque es poco comprensible que lo haga mientras acepta un premio y su dotación económica de 30.000 euros que le otorga el Estado que aborrece. Como tampoco se comprende que muerda la mano del Estado que en años anteriores le dio del Presupuesto cuatro millones de euros como subvención a sus películas. Se ve que este cineasta anda tan sobrado de soberbia como escaso de coherencia y agradecimiento.
Unas horas después de que Trueba renegara de España, Pau Gasol y sus compañeros celebraron la conquista del campeonato de Europa de baloncesto, orgullosos por representar a su país defendiendo los colores de la selección y haciendo felices a millones de aficionados. Y sobre sentimientos patrióticos también se pronunciaron en plena campaña electoral catalana la nadadora Mireia del Monte “es compatible ser español y catalán”, y el escritor aragonés afincado en Barcelona, Ignacio Martínez de Pisón, Premio Nacional de Narrativa, que sentenció con toda elegancia “es un disparate que me hagan elegir entre Aragón, la tierra de mi madre, y Cataluña, la de mis hijos”.
Así es la grandeza de la democracia y de las libertades recuperadas que permiten a Trueba, a los deportistas citados, al escritor premiado y a cualquier ciudadano manifestar sus vínculos patrios y expresar civilizadamente sus sentimientos de rechazo o afecto hacia la nación española. Hace años sentenció El Gallo que “tiene que haber gente pa tó… que así es el mundo”, aunque cueste comprender al cineasta y a otros desertores del Estado más antiguo de Europa, algo impensable en la mayoría de los países de nuestro entorno.