Vaya por delante que no es mi intención quejarme de los tiempos que corren, no me parece sano y además en muchos aspectos sería injusto. Creo que no apreciamos suficientemente la suerte que tenemos de vivir en una etapa de paz y prosperidad, a pesar de las desigualdades, problemas y dificultades que nunca faltan. La gente de mi edad no tuvimos que vivir la guerra civil, como nuestros padres, pero conocimos y vimos de cerca muchas carencias que hoy, por lo menos en España, no existen. Más de una vez he oído decir a personas relativamente mayores, que los más jóvenes no tienen una referencia clara de las dificultades y miserias de otros tiempos no muy lejanos. Solamente la desesperación de quienes huyen de países en guerra o sumidos en la pobreza, despierta nuestras conciencias.
Sin duda las cosas pueden empeorar; espero que no, que muchas generaciones puedan disfrutar del bienestar por el que tantos han trabajado. Seguro que así será, pues por suerte en el fondo todos somos conscientes del privilegio que es vivir en un país como el nuestro. Es verdad que no faltan cantos de sirena que nos tientan para que vayamos hacia direcciones poco seguras, por utópicas y conflictivas. Pero el sentido común de la mayoría siempre pesará más que el egoísmo sectario o los ideales suicidas de unos pocos visionarios; por lo menos eso espero.
En el devenir de nuestra historia, la de España, hay muchas referencias que nos pueden ayudar a comprender mejor la realidad en la que actualmente vivimos; también a tratar conservarla e incluso mejorarla. Ya desde el principio hubo quien soñó con tiempos mejores, por los que valía la pena luchar. Me refiero, una vez más, a los albores de la Reconquista: el proceso por el que los reinos cristianos peninsulares recuperaron el terreno perdido frente al Islam, propiciando el desarrollo de una de las grandes naciones europeas.
Los primeros cronistas o historiadores de ese proceso reconquistador se remontan a finales del siglo IX, en la época del rey Alfonso III. Con la sencillez que les caracteriza reconocen que vivían en unos “rudos tiempos”, confinados en las montañas de Asturias y castigados de continuo por los islamitas. Sin embargo, todas sus narraciones están llenas de enorme ilusión y esperanza, la de recuperar el terreno perdido. Como ya he dicho otras veces, algunos incluso profetizaron que no tardarían en hacerlo; con poco acierto, pues se necesitaron varios siglos.
Los que vivieron aquella “pérdida de España”, como consecuencia de la invasión musulmana, soñaron con recuperarla. Esperemos que los que vengan después de nosotros no añoren, por nuestra inconsciencia o estupidez, los buenos tiempos que nos han tocado vivir.