No sé quién ganará las elecciones andaluzas, pero no he oído nada nuevo. Sin embargo, es bueno que haya más opciones con posibilidad de parlamentear, de habitar la casa de los parlanchines. He oído pocas alternativas atendiendo a estos contenidos; parece que las alternativas ya no son contenidos diferentes sino formas de estar y de vestir diferentes. Al menos no vemos las mismas caras clonadas y emerge otra inocencia en el decir político, que se hará con el tiempo.
Hay que ver las zancadillas que se ponen, las trampas, para que los nuevos no entren en el palacio y vean lo que hay debajo de las alfombras; quizás ahora se trate de devolverles algo del miedo que ellos nos han metido en estos años, que los vigilen unos ojos que no estén acostumbrados a los mayordomos, a las grandes mansiones o a los casos de corrupción. Es posible que para eso valga la irrupción de nuevos partidos. No sé si habrá casta o no, lo que sí sé es que ahora la intimidación hacia los nuevos es intensa para desvirtuarlos, Venezuela, Catalanismo, intimidación económica, Hacienda. Hasta, ¿no les parece que se puso mucho el acento sobre los cargos del gobierno de Chavez que blanqueaban dinero en Andorra y situarlos al lado de la mafia rusa? ¡Qué casualidad en este momento lo del Banco Madrid!
El Lobo es ya una figura que habita entre nosotros con normalidad, lo hemos oído todos los días desde Europa, desde España, intentando hacer un totum revolutum que beneficie a los que llevan años de bipartidismo. En las tertulias, en los parlamentos, el slogan es que no entren más. Incluso desde Europa se anima esta tendencia; a lo otro le llaman fragmentación, ¡qué palabra!, es como dejar caer que son trocitos de metralla que se esparcen en desorden por el suelo. ¡Un parlamento fragmentado! ¡Qué vergüenza! Qué han sido hasta ahora las legislaturas, tres años de chulería, de autosatisfacción y un año de gobernar, hacer cosas a toda prisa para ganar las elecciones que vienen. Una dinámica que nos cubre de hastío y de perplejidad a los ciudadanos. La fragmentación es lo que ha habido hasta ahora, hacer saltar el lenguaje entre la política y la calle en mil pedazos y así hacernos creer que la culpa es nuestra. Fragmentación no es ingobernabilidad por mucho que se empeñen.