La política está infravalorada. Basta escuchar los comentarios de las personas que leen los periódicos para darse cuenta de que la mayoría de ellas consideran esta actividad como una oportunidad para el medre personal y no como un modo de vida con vocación de servicio. Cierto que cada vez son más las personas que hacen carrera en este campo para hacerse un hueco en el partido, eso sí a base de trabajo y sacrificio, y obtener después un sueldo público si los ciudadanos son generosos en las urnas. Todos podemos enumerar más de media docena de personas que tienen en la política su único oficio durante años y que hacen de ella un trampolín hacia la empresa privada cuando alcanzan la madurez y otros más jóvenes ocupan sus puestos.
Estas situaciones, que no corresponden a todos, son las que generan cierta desconfianza de quienes consideran que ante la disyuntiva del interés general y la supervivencia personal o familiar pueden decantarse por la segunda. No niego que sea así en algún caso puntual, pero los políticos son esenciales en nuestra sociedad e incluso la confrontación también tiene connotaciones positivas porque genera debate y espíritu crítico, algo fundamental hoy en día porque significa que hay que pensar en el por qué de las cosas para tener conciencia y criterio propio. Algo bien distinto es que dinamiten las instituciones desde dentro como parece que ocurre ahora en el Congreso de los Diputados con exabruptos que sobrepasan los límites del decoro y del debate en una sede parlamentaria.
Por este motivo hay quien busca otras soluciones que permitan ganar la partida de forma brillante. Y es que para hacer política de primera división no hace falta salir a diario en la televisión, sino tener un conocimiento profundo de la administración, determinación, talento y poder de convicción. Solo esto demuestra que no todos los que critican a los políticos por su incompetencia serían capaces de idear estrategias de este estilo.