No se ve bien sino con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos”. Esta frase, una de las más conocidas de “El Principito”, es el símbolo de la mágica obra que el pasado 6 de abril cumplía 70 años. Su autor, el escritor francés Antoine de Saint-Exúpery representa hoy todo un símbolo de la tenacidad en la persecución de los sueños. En este contexto bélico resulta especialmente emotivo el nacimiento de una obra que, aparentemente escrita como un cuento infantil, ha conseguido inquietar las conciencias en más de 180 lenguas diferentes de todo el Planeta. Sorprende el desarrollo de la historia de un personaje infantil dulce e ingenuo, pero con una inteligencia tremendamente nítida y lúcida, que pronuncia bellas y clarividentes frases que contrastan con la perversión de la realidad por los adultos a pesar de que, como recuerda el tierno protagonista, “todas las personas mayores fueron al principio niños, aunque pocas de ellas lo recuerdan”. Las enseñanzas de “El Principito” son una fuente infinita de sabiduría y maestría ante la incapacidad del adulto para ver lo evidente. Sus sucesivos encuentros con el Rey sin súbditos, el hombre vanidoso, el bebedor, el hombre de negocios, el farolero y el geógrafo hasta llegar a la Tierra representan un viaje apasionante donde los adultos se pierden buscando a ese niño que, sin duda alguna, vuelve a emerger en el encuentro con el zorro que quiere ser domesticado y así le regala el secreto de la rosa. De la magia infinita de “El Principito” se extraen de episodios tan originales como el falso sombrero que escondía en realidad una serpiente boa que digería un elefante. Por ello es una obra que todo el mundo debiera leer para interpretar su viaje desde la infancia, desde la inocencia e ingenuidad perdida y desde el reto de la resistencia ante las injusticias, ante las agresiones y ante el empecinamiento del mundo adulto por destruir lo genuino y lo auténtico. Hay muchas personas que afirman la tristeza que les produce releer cada año “El Principito” y comprender que se van alejando de la conciencia de niño para acercarse cada vez más a las conclusiones adultas, tremendamente calculadoras, cuadriculadas y obtusas, que día a día nos alejan cada vez más de lo verdaderamente esencial. Por mi parte, yo seguiré leyendo mi obra filosófica de cabecera sin olvidarme de seguir regando la Rosa para continuar enfrentándome a los volcanes y baobabs de mi estrella solo con el corazón.