No es cuestión de recordar al lector –porque lo sabrá hasta la saciedad– el tiempo transcurrido desde la recuperación del sistema democrático en este país y, consecuentemente, de la capacidad de los ciudadanos para elegir a sus representantes. Pero es la cuestión del tiempo precisamente la que, en este caso, ocupa estas líneas si de lo que se trata es de recapitular. Lo es por diferentes motivos. El primero por el “descubrimiento” –aunque sea en un almacén municipal, lo que indica que no debe de haber mucho hecho en cuestión de inventario en el Ayuntamiento de Ferrol– del enorme busto de Camilo Alonso Vega –franquista y ferrolano como su idolatrado amigo– para el que la edil responsable de Patrimonio en este municipio, la socialista Rosa Méndez, había reservado incluso espacio y tiempo en el principal y más emblemático centro cultural ferrolano. En segundo lugar porque, si de recapitular sobre el tiempo transcurrido entre el fin de la dictadura y la recuperación de la democracia se trata, no está de más recordar que, en materia de coherencia, ninguno de ellos ha descollado en demasía, lo que convierte a lo contrario en patrimonio dominante en la clase política. Por eso a nadie le puede extrañar que, entre el “haber” del nuevo gobierno municipal ferrolano, la necesidad de transmitir a los vecinos que se está haciendo algo se contemple la presentación del “hallazgo” de una reminiscencia franquista, de la que posiblemente ya pocos o casi nadie se acordasen, como elemento de eficaz gestión, aunque eso se contraponga a uno de los aspectos en los que más ha insistido la izquierda de este país, como es la aplicación de la ley de Memoria Histórica.
El primer edil ferrolano, Jorge Suárez (EU), debió el pasado miércoles de tomar consciencia de esta realidad una vez que supo de la decisión de sus socios de gobierno de exponer al público “tamaña” contradicción cuando se apresuró a aclarar que lo de “mostrar” el “Cabezón” –como popularmente se le conoce, o mejor dicho, se le conocía– no sucedería y que, una vez más, la estatua volvería a permanecer en la oscuridad. Cuestión aparte –porque eso ya entra en el capítulo de lo subjetivo– sería analizar los motivos por los que el gobierno bipartito de Ferrol también se encuentre “partido” en esto de la comunicación y, mientras uno dice una cosa, el otro dice lo contrario. Aunque el alcalde, transparente y abierto a los intereses vecinales como pocos, piense que no todos sus administrados tienen por qué enterarse de las decisiones municipales y que cuestión tan “trascendental” como esta del “Cabezón” no merezca un mínimo comunicado público que desmienta a otro, se quiera o no, procedente del mismo grupo de gobierno.
Así que el tiempo vuelve a ser la referencia en un tercer aspecto. Transcurridos ocho meses de, cada vez más supuestas, bienquerencias políticas, de indisimulados antagonismos o de elocuentes declaraciones sobre lo bien que se hacen las cosas, lo cierto es que la cuestión del “Cabezón” será si acaso más recordada que lo mucho que queda por hacer, sin ir más lejos los presupuestos municipales. La noticia, en este caso, bien podría haber llevado por título: “El gobierno municipal ferrolano traslada el Cabezón de un almacén a otro”, que sería, en cualquier caso, mucho más objetivo. Lo próximo tal vez sea que “mañana sale el sol por la mañana y la luna por la noche”.