COMO si nos hubiésemos subido en un Delorean y nos hubieramos ido unos cuantos años para atrás, mañana serán muchos los españoles que se sentarán ante el televisor para presenciar el partido entre Roger Federer y Rafael Nadal. Serán mayoría los que sentirán una extraña nostalgia al ver a los dos tenistas en una final de un torneo de Gran Slam, como sucedía antaño prácticamente en todos y cuantos trofeos de tenis se disputaban a lo largo y ancho del planteta. Unas cuantas decenas de títulos se medirán sobre la pista en un encuentro en el que, seguro, el resultado será lo menos importante.