LUZÁNGEL Y HOMENAJE

A los que se fueron antes de vivir
A los que se fueron poco después de vivir
A los que siguen viviendo por ellos


Conozco un ángel que se llama Luz. Su nombre recuerda el reguero de claridad que envuelve su alegría, pero también evoca el rayo que destella furiosas tristezas viejas como el universo. Duro es el ángel como la roca que sostiene el embate de la mar alzada. Blando como las lágrimas de coral que tapan las olas con su mano larga de agua.
Hay un ángel que se llama Luz y que, a veces, hace poemas en un tren, conmovido por una luna ensangrentada y por la desaparición de un ser que no conoció, pero que igualmente le duele. Y el ángel elige a una criatura cercana para expresarle su dolor, pero también para mostrarle cómo el corazón puede reblandecerse por la pérdida de una desconocida singularidad del mundo.
Y el ángel llamado Luz dice: “deberíamos hacer un poema para todos aquellos seres que se van sin que nadie escriba sobre ellos”. Y la luna ensangrentada la observa a lo lejos y la inspira. Y el tren acelera su paso como si huyera.
Hay un ángel que escribe poemas que yo escucho y que comprendo porque yo también me he girado en la calle sintiendo que alguien pasaba a mi lado y al voltear la cabeza no he visto a nadie.
Yo, como el ángel, sé que el aire adelgaza cuando un alma se retira y que la pérdida más pequeña de un ser que pesaba en el aire, puede sentirse en el pecho y en los ojos y en los pies de quien se gira en la calle para ver pasar esa despedida con un poema del ángel en el corazón.
No hay entonces almas conocidas y desconocidas, sino solo una comunidad sentimental que nos une con los que van desapareciendo y con la luz del ángel que los festeja y los llora en su poema, que no es de él, sino de ellos, de los que se iban sin menciones y acabaron poseyendo unos versos que de una humilde manera los harán eternos.
Tiene razón el ángel que conozco, llamado Luz, cuando dice que a todo ser que pasa por la vida sin dejar aparentemente memoria debe regalársele un poema que celebre su intransferible singularidad.
El ángel sabe mucho de la singularidad, pues él mismo es un ser único. Al ángel lo entristece la desaparición de cada criatura porque él mismo sabe lo que duele la vida tras el golpe de la muerte.
No se puede ser ángel sin haber perdido mucho, como no se puede brillar en un reguero de alegría sin conocer la tristeza que destella desde siempre el rayo del universo. Hay muchos ángeles en el mundo, pero el que yo conozco y el que decidió hablarme se llama Luz y escribe poemas en un tren que corre, como si huyera, bajo una luna de sangre que inspira, observa y calla.
Yo me siento feliz de que el ángel me hable y de que estemos de acuerdo con respecto a los seres que se desprendieron del aire para morir. Yo también les quisiera regalar un poema que los festeje, que los recuerde como únicos, que los haga parte de mi gran familia de ángeles que fueron hombres y de hombres que serán ángeles.
Aunque nunca hayamos tomado un café o una copa juntos, aunque nunca hayamos cruzado una palabra o un gesto, los siento muy cerca de mí en su humilde manera de marcharse. Esa discreción sin galones, esa desnudez poética de flor o de ola, nos junta en la despedida como nos juntará en el sueño.
Qué absurdo parece entonces preocuparse de las frivolidades de un mundo que nos clasifica en tantos grupos y de tantas absurdas maneras, que nos hace ser de acá o de allá, de adentro o de afuera, del triunfo o de la derrota. Qué absurdo si al final todo se confunde en la extrema luz de un ángel que nos mira con ternura y hasta con llanto, que nos rescata de las fauces de un olvido injusto y nos brinda un homenaje que no nos dejará desaparecer sin atesorar una inmortal riqueza.
Todo vuelve a la vieja sabiduría que rechaza la vanidad y conmemora el incesante retorno de los ciclos.
Todo vuelve a aparecer para desaparecer en algún momento y viceversa. Solo queda lo esencial, la belleza de un pensamiento de amor por los seres que no conocimos, pero que eran de los nuestros, la alegría y la tristeza de un ángel luminoso corriendo en un tren bajo la luna, la humilde justicia de un poema a los humildes, la noche serena ante nuestros ojos que recuerdan, la dureza de la roca, las lágrimas de coral, la luz sobre las olas...

LUZÁNGEL Y HOMENAJE

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