afirma el poeta César Vallejo en el poema “Piedra negra sobre una piedra blanca”: “Moriré en París con aguacero,/ en un día del que guardo recuerdo”. Si cambias el color de las piedras y París por campaña electoral habrás descrito el triste final revelado de miles de ciudadanos españoles.
Porque, cuántos de nosotros no feneceremos en un día de ese trance democrático y quién no guarda exacta memoria del lugar y su nutrido aguacero de estupideces pronunciadas, y más ahora, que ya no se gritan mentiras piadosas, ni se formulan ilusas concesiones o hacen vanas promesas a la vera del dulce dogma de la utopía.
Tal sentimentalismo ha sido desterrado del discurso, por pusilánime, y no es que no lo crean los dóciles votantes, es que esas melancolías, por creídas, conducían al votante al desencanto y de ahí a la fatal monomanía.
Por eso ahora los reclaman en la ceguedad de la víscera, con la fácil pero atractiva promesa de exterminar a los rivales, sus ideas y seguidores.
Hoy el valor supremo de la promesa electoral es la venganza; partidos y políticos nos han hecho tanto daño en la esencia del buen gobierno y el rostro de la solidaridad y la convivencia que los odiamos, tanto que convertimos en héroes a aquellos que pongan fin a la vida de esos otros a los que culpamos de nuestra tragedia. Y es ahí donde entran en juego las piedras, con ellas lapidamos el arco iris de la común esperanza en el nombre de la selectiva venganza.