Las lágrimas catapultaron a Reguilón al altar blanco. Su llanto tras el 0-3 frente al Barça lo impulsaron de la condición del meritorio –monaguillo se podría decir si se emplea un vocabulario canónico– a la de destacado miembro de la corte celestial. ¡Qué compromiso! ¡Qué amor a los colores! El elogio lo debilitó, que es lo que suelen provocar los halagos, y tuvo el valor de hablarle a Messi como si fuese un matón de taberna: “Qué, qué dices tú. ¿Qué te pica a ti? Pulga”. Una lección de señorío y de valores no se puede considerar esa actitud en el campo por mucho que el botafumeiro merengue ya lo haya aromatizado con olor a santidad.