Hasta la votación final de la investidura, han sido días dramáticos que hacían temer lo peor en cualquier instante. Hasta el recuerdo del “tamayazo” estuvo presente. Podría decirse que han sido unos de los peores días de la historia democrática de España. Y la cuestión catalana siempre protagónica y presente. No quiero pensar cómo habrían sido las cosas sin el paliativo navideño.
Ni siquiera podía faltar la inhabilitación de Torra y el cataclismo que amenazaba. Mientras que la gran tormenta rugía, las posiciones del PSOE y de ERC se acercaban como algo inaudito, otra vez con la figura de Rufián protagonizando la esperanza. La multi ha pensado en sus intereses, al tiempo que la izquierda, casi en su totalidad, se convertía en parapeto para que España no resultase gravemente dañada. Somos millones los que entendemos bien quién ha pensado en España y quién ha pensado exclusivamente en sus intereses, repito...
Tenía mucha razón Sánchez al comenzar sus intervenciones afirmando que no se iba a romper España ni la Constitución sino el bloqueo político. La clave está en entender que ha llegado la hora de terminar con la locura del enfrentamiento y dar paso de una vez al entendimiento. Ahí está la clave a respetar por todos, pero por todos. Lo inaudito son esos discursos apocalípticos de Casado y demás líderes de las derechas.
Sánchez le dice a Pablo que lo que se ha callado es que él, Pablo, ha perdido cinco elecciones y el presidente ha ganado las cinco. Lo único sensato es que el derrotado reconociera sus derrotas. Lo demás son historias para no dormir ni dejar dormir a los demás. Como le habrá pasado a la mayoría con lo sucedido con el discurso de la oradora de EH Bildu que sirvió de pretexto para el gran escándalo en el Congreso de los Diputados. Un escándalo espantoso donde los haya.
Terminado todo, comienza todo otra vez ahora, pero se supone que ya mirando al futuro y encomendándonos todos al Dios infinitamente sabio. Es mucho lo que nos espera y ya sabemos que el tiempo es oro. Un tiempo que hay que aprovechar al máximo porque el tiempo se va para no volver. Modestamente, yo espero que que las cosas cambien, que las locuras se corrijan y que lo pasado sirva de orientación para todos, sean del pensamiento político que sean. Porque lo que hay que hacer es utilizar la inteligencia y el sentido común. Voto por una rectificación general de los grandes errores cometidos, sin lo cual el futuro que nos esperaría sería no ya incierto sino inexistente.