No es el juicio final bíblico, aunque el resultado pueda ser el mismo. Detrás de éste se encuentra la mano del hombre, por lo tanto, de su conciencia dependerá ralentizarlo o acelerarlo.
Nuestro planeta es como una gigantesca nave espacial en constante movimiento, con un tiempo de duración predeterminado. Aunque eso sí, el final de la vida en él llegará mucho antes de que el Sol se enrojezca y se agrande. Pero una cosa es la destrucción inexorable, la que está programada por las fuerzas que rigen el Universo, y otra muy distinta es que nosotros conspiremos para apresurarla.
Según el último Boletín de los Científicos Atómicos (Bolletin of the Atomic Scientist) de 2016, llamado popularmente el del “juicio final”, estamos a unos 3 minutos de la medianoche del final de la humanidad. Eso significa que si el hombre no frena esta locura quedan solo unos dolorosos minutos para que todo esto se acabe.
Para llegar a esta aterradora conclusión los científicos tienen en cuenta dos factores: las armas nucleares y el cambio climático. Las primeras se podrían erradicar, deshaciéndose de todas y eliminando así el peligro de que algún loco las pueda utilizar. Y en relación con lo segundo, se podría hacer más controlando el medio natural y poniendo límites al hambre voraz de las transnacionales; aunque para ello habría que empezar frenando la locura del consumo masivo.
Hay científicos que no comparten la idea, sospechosamente, de que el cambio climático sea provocado por el hombre. Argumentan que en el pasado el clima sufrió cambios sin que el hombre tuviera nada que ver en ellos, lo cual es rigurosamente cierto, pero de ahí a negar categóricamente que los gases arrojados a la atmósfera, como consecuencia del desarrollo, no están relacionados con la subida de la temperatura global y la destrucción de la capa de ozono media un abismo.
El deshielo del Ártico o el derretimiento del iceberg Zachariae Issrom, de Groelandia, son ejemplos vivos del cambio climático; la disolución definitiva de este último supone nada menos que el incremento del nivel del mar en 40 centímetros.
Eso significa, además de incidir en el clima, que decenas de ciudades y pueblos costeros de todo el mundo quedarán bajo las aguas antes de que termine el siglo.
Se puede despotricar en contra los que hablan del cambio climático, se puede negar incluso, pero la realidad está ahí. El famoso físico británico, Stephen Hwoking, asegura que la humanidad no será capaz de sobrevivir a los cambios del clima que se avecinan ni a la contaminación. Y no lo dice el tabernero de la esquina, sino una autoridad científica.
Lo cierto es que la destrucción del planeta está en progreso, además del riesgo de un apocalipsis nuclear, las sequías, la desforestación, la desertización de grandes áreas, los mega-huracanes que se formarán, todo ello nos vaticina un escenario sobrecogedor. Un caos a “cámara lenta”.
Cambiar la conciencia de los grupos transnacionales, que por hacer valer sus intereses leoninos son los grandes culpables del desastre medio ambiental, no es tarea fácil; al menos no lo es por las buenas. Einstein decía que los problemas no se pueden solucionar al mismo nivel de conciencia con el que fueron creados. Por lo tanto, uno contempla con escepticismo que las 15 ó 20 multinacionales dominantes junto con los más de 100 grupos que las acompañan, que controlan el 50% del sistema corporativo global, vayan a solucionar el problema climático.
La realidad es que los accionistas de estos grupos quieren más ganancias, ganancias ilimitadas, infinitas, sin importarles lo que pueda ocurrir con el futuro del planeta ni con la especie humana. Así que, el panorama no es precisamente alentador lo cual hace dudar que la especie humana pueda sobrevivir por mucho tiempo.
Lo curioso es que en el discurso oficial, que es un relato dictado por esos grupos –que son los que tienen mando en plaza y promocionan una mundialización a su conveniencia–, nos dicen que no hay alternativa al crecimiento. Que es como decir que no hay alternativa a la destrucción del medio natural y, por ende, del planeta. Grotesco, ¿no?