Hace unos días subí por primera vez a un vehículo contratado a través de la plataforma Cabify, que pone en contacto al consumidor con un profesional del sector de transporte. Tan pronto estás a bordo no puedes evitar compararlo con el taxi de toda la vida, y no niego que la impresión fue buena. Les diré por qué.
En el aspecto de servicio, cada pasajero dispone de agua, lectura comercial y cultural, el conductor está perfectamente vestido, no hay ninguna radio ni otro audio y el trato es exquisito. En el aspecto económico, te cobran desde que inicias el trayecto, no desde la tradicional bajada de bandera. Además, el pago se adapta al camino más corto entre el punto de origen y destino, independientemente del seguido por el conductor y anticipan su importe al contratar el servicio. No hay complemento de aeropuerto o estación y pagas desde tu móvil. Claro que todo esto es fruto de mi posición como consumidor. Pero veámoslo desde el punto de vista del sector del transporte.
Comprobamos que hay competencia para igual cliente entre el taxi y los vehículos turismo con conductor (VTC) contratados por plataforma digital, que la ley fija en una proporción de un VTC por cada treinta taxis, pero la realidad lo sitúa de uno a once. El taxi cobra desde la bajada de bandera y la plataforma exclusivamente por kilómetro según distancia más corta. Aquel tiene espacios reservados de parada en la ciudad; este, no. Las plataformas ganan clientes a pasos agigantados en detrimento del taxi que se traduce en una subida del precio de la licencias de los vehículos turismo con conductor y se reduce las de este último.
Si partimos de que no se pueden poner puertas al campo, entenderemos que las nuevas tecnologías modifican la forma de entender la prestación de servicios y no se va solucionar obstaculizando su desarrollo, incluso impidiéndolo. Y el transporte privado no iba ser menos.
Por eso, se necesita regular este nuevo mercado de servicios a través de plataformas para garantizar la competencia, proteger al consumidor y evitar la precarización laboral de los profesionales que prestan los servicios, algo que, por cierto, también hay que perseguir en el sector del taxi tradicional.
Pero los taxistas ganarían mucho si adaptaran sus condiciones de servicio y tarifas a la nueva situación, a la vez que presionan para conseguir un marco legal estable. En otro caso, están condenados a desaparecer y los clientes lo sufrirán por falta de competencia.