Hace doscientos cincuenta y dos años que Voltaire escribió el Tratado sobre la tolerancia impresionado por el “asesinato de Jean Calas con la espada de la justicia” tras un proceso injusto contra este comerciante de Toulouse cuyo único delito era tener sus creencias y practicar una religión distinta a las de sus conciudadanos.
El pensador francés defiende la libertad frente a todo dogmatismo y fanatismo y en el Capítulo VIII pone como ejemplo de tolerancia a Roma antes de que “los cristianos se pelearon con los sacerdotes del imperio”. Los romanos, dice, no profesaban todos los cultos y no daban a todos la sanción pública, pero los permitieron todos.
El opúsculo de Voltaire cobra actualidad casi todos los días cuando reaparecen en el seno de la sociedad actitudes y comportamientos intolerantes protagonizados por individuos que actúan por su cuenta o en grupo.
Sobran ejemplos, pero de los últimos días sobresalen dos. El primero es la agresión a dos jóvenes mujeres –“puñetazos, patadas, tirones de pelo”– en la carpa informativa de la plataforma “Barcelona con la Selección”. Llama la atención la actitud pusilánime de la atemorizada sociedad catalana y causa estupor el silencio del colectivo feminista, tan diligente para condenar agresiones que se producen en las antípodas.
El segundo episodio ocurrió en la Universidad de Salamanca cuando una veintena de jóvenes del sindicato Colectivo Estudiantil Alternativo boicotearon la conferencia del padre de Leopoldo López, el opositor venezolano encarcelado por el régimen chavista.
Ambos hechos –y otros muchos, como los mensajes insultantes entre políticos o la aparición el sábado de los reventadores de mítines– son el síntoma del rebrote del fanatismo y del odio entre españoles.
“En la Transición, dice Francisca Sauquillo, nos entendimos con gente que nos metió en la cárcel. Ahora hay otra vuelta a la crispación en la sociedad, pero con una generación más joven. Me preocupa porque con la crispación se saca lo peor de nosotros, dejas de ser tolerante. Ahora habría que entenderse, es más fácil que entonces”.
Toda una lección de tolerancia y buen talante impartida por una protagonista de la Transición que no se aprende porque muchos sucesores de aquella generación de políticos estimulan y amparan las exclusiones y el sectarismo, la crispación, la intolerancia y la sempiterna división entre los españoles, una deriva que nada bueno presagia para el futuro del país.