Cuando el independentismo era todavía minoritario, en Cataluña ya se decía --de broma, pero en el fondo también en serio-- que la unidad real de España se basaba más en las cadenas de televisión y en El Corte Inglés que en las instituciones. En las teles y, en general, en los medios de comunicación, porque con su relato marcaban una agenda común en toda España, Cataluña incluida. Y en El Corte Inglés –tomado como ejemplo armonizador del consumo– porque vestía el paisaje humano del país y equipaba el llamado confort de hogar, un concepto especialmente expandido por una clase media emergente. También se decía –aunque pocos se lo creían entonces– que el riesgo de secesión en España vendría de Cataluña y no del País Vasco, a pesar de que en aquellos años todavía existía ETA. Acertaron quienes lo pronosticaron, que se basaban en la cohesión de la sociedad catalana y en aquello que cantaba en una de sus rumbas el popular Peret: Barcelona es poderosa, Barcelona tiene poder. Tal vez no de manera casual, ya que Peret –al igual que Dyango– sorprendió a más de uno al aparecer en el concierto por la libertad en Barcelona junto a María del Mar Bonet, La Elèctrica Dharma, Pep Sala o Fermín Muguruza.
Pero las cosas han cambiado mucho desde aquella. El independentismo logra empatar en la práctica en Cataluña sin que el dique de contención del nacionalismo de entonces –el PSC, con sus dos almas, una catalanista, otra española– funcione como el partido que ganaba las elecciones generales y municipales. La izquierda y la derecha siguen estando duplicadas en clave española y nacionalista / independentista pero ya nada es igual en Cataluña.
Tampoco los medios, tras la irrupción de las redes sociales. Ni siquiera El Corte Inglés es ahora lo mismo, con Amazon pisándole los talones. Todo ha cambiado mucho pero solo una cosa cambió en contra de la Cataluña nacionalista / independentista: el poder financiero y empresarial, cada vez más concentrado en Madrid.
El Gobierno de Pedro Sánchez, guiado por la inteligencia que le queda al actual PSC –Iceta no es Maragall–, ha buscado el diálogo político que tanto se le había pedido a Mariano Rajoy, pero lo ha hecho sin medios (84 diputados) y, por tanto, sin aplomo, sin seguridad. Si en algún momento el Estado logra pactar con el independentismo será cuando el Gobierno sea fuerte –muy fuerte, como el de Felipe González– y no haya nadie que le ponga palos en la rueda; entre otras cosas porque solo los poderosos pueden ser generosos.
Esto no va de crear otra Autoridad Macroprudencial como la que acaba de activar la ministra Calviño para alertar sobre el riesgo de crisis y fijar la responsabilidad de los organismos reguladores, léase el Banco de España y la CNMV. Esto va de hacer política, lo que exige un estadista al frente, con carisma, y una amplia mayoría conseguida tras un mensaje claro a los votantes. Sin miedo, sin complejos. Y con capacidad para garantizar que la Gitana hechicera del ya fallecido Peret no deje de escucharse en Madrid cuando resuene aquello de Barcelona es poderosa, Barcelona tiene poder...