La hora perdida

Pocas cosas me resultan más molestas que el cambio al denominado horario de verano. Porque el cuerpo, gracias a los ritmos circadianos, a la rutina y a que algunos somos más lechuzas que alondras, se sigue durmiendo a la misma hora de siempre, pero se tiene que levantar cuando ordena y manda el despertador. O sea, una hora más temprano que la semana pasada. Esos cinco minutitos más de procrastinación –Dios bendiga al señor que inventó el botón snooze– saben a menos que nunca esta horrible primera semana de abril. 
Defensores tiene el invento, que dicen, “pero si me encanta, ahora es de día a las nueve de la noche”. Mi recomendación es que prueben a pasar un verano en Finlandia, que allí lo verán más claro. Las estimaciones hablan de que, en toda España, el ahorro es del cinco por ciento, aunque los gallegos ni siquiera llegamos al dos por ciento. 
A poca geografía que uno sepa, enseguida se da cuenta de que Galicia está justo encima de Portugal, que tiene un huso horario diferente al español, con una hora menos. Hace algunos años, el BNG hablaba de tener el mismo tiempo que Canarias. Por desgracia, solo se referían al reloj, que llover seguiría lloviendo lo mismo. Mucho caso no les hicieron, pero para los que notamos este desfase de dos horas con respecto al sol nos haría ilusión oír en la radio eso de “una hora menos en Galicia y Canarias”. 
Como aún vivimos en este huso horario, habrá que armarse de paciencia, café y jalea real. Alguna cosa buena tiene el cambio de hora. Por ejemplo, la historia de aquellos terroristas palestinos que el 5 de septiembre de 1999 fueron a poner una bomba sin saber que ese día había que adelantar el reloj. Y, claro, explotó antes de que pudieran soltarla. Cierto que a ellos, que ganaron como compensación un bonito premio Darwin –ese que distingue a los que tienen una muerte especialmente tonta–, no les vino demasiado bien, pero a cambio hubo otros muchos que se libraron de una muerte segura solo porque los terroristas iban, como dicen en mi aldea, pola vella. 
Tampoco le vino mal a aquel recluta estadounidense que nació pasadas las doce de la noche y al que el horario de verano le libró de ir a la guerra de Vietnam.
Mi curiosidad ahora es saber qué hará el Gobierno con esa hora perdida, sesenta minutos menos para disfrutar de las cosas que hicimos durante el fin de semana pero también para lamentarse de las que no pudimos hacer. Dicen que no nos preocupemos, que a finales de octubre, si eso, nos las devuelven. Con tal de que no nos hagan adelantar el IVA… 

La hora perdida

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