Hace algo más de tres décadas que conozco a Alberto Núñez Feijóo. Eran aquellos años en los que la autonomía comenzaba a moverse por las casillas del tablero de Galicia. Él, comandando con otros compañeros el colectivo de funcionarios interinos y contratados administrativos. Y yo, como periodista representando a un periódico del sur de Galicia. En aquellas épocas tuvimos algunos contactos que luego intensificamos cuando tomó posesión de su primer cargo político de relevancia en la Consellería de Agricultura.
El paso del tiempo nos ha ido situando en distintas trincheras del día a día. Él, ocupando cargos de relevancia en las administraciones central y autonómica, y yo, de dirección en medios de comunicación gallegos. En esos tiempos el contacto siempre estuvo ahí, intensificándose en mis épocas actuales que me encargo de todo lo relativo a la comunicación de Cáritas Diocesana de Santiago de Compostela.
En estas largas tres décadas he seguido siempre sus pasos. Hemos hablado en algunas ocasiones de los temas del mundo de la comunicación y de la pobreza reinante en Galicia. Ahora, y con el paso del tiempo, sigo manteniendo la misma impresión que tuve de él en los principios de nuestra relación: es un trabajador nato y mantiene inamovible su teoría de que las cosas no hay que cambiarlas si funcionan. En una palabra, que sigue conjugando el verbo continuar como hacía en la escuela de su tierra, Os Peares.
Cuando los rumores comenzaron a deambular por la antesala de la noticia en relación a la composición del nuevo Ejecutivo, yo era consciente de que los cambios no se iban a producir en la proporción que apuntaban mis compañeros periodistas. Sobre todo en tres de sus conselleiros que vienen trabajando con él codo con codo desde las épocas en las que se puso al frente de la oposición, después del largo mandato de Fraga, con un gobierno en la sombra que se reunía todos los días en dependencias del PPdeG y a modo de rodaje, por si el electorado les permitía hacerse cargo del Ejecutivo gallego.
Esas tres personas, fieles escuderos, son Alfonso Rueda, Beatriz Mato y Rosa Quintana. A los tres mis compañeros periodistas los situaron fuera del Ejecutivo. Desde presidir comisiones en el Parlamento hasta en cargos de libre designación en organismos de la administración. El primero sabía que no iba a dejar de ser el segundo hombre fuerte en la Xunta. Y las otras dos podían dejar sus cargos con firma en el Diario Oficial de Galicia por cansancio o motivos personales, pero a decisión propia. También sé que Núñez Feijóo les pidió que le permitieran conjugar el verbo continuar en tiempo presente. Y así lo hicieron.
El presidente de la Xunta ha estrenado un nuevo mandato con una amplia mayoría absoluta que le va a permitir intentar hacer importantes cosas por Galicia. Y lo ha hecho extendiendo nuevamente la mano. Esperemos que la oposición, que tan mal parada salió de la contienda electoral, sepa recoger el saludo. Nos iría a todos mucho mejor en Galicia.