Mejor de lo esperado

ste puede ser el balance en que en buena medida han coincidido comentaristas y observadores internacionales a la hora de valorar la reunión del G-7 celebrada días atrás en el elegante balneario de Biarritz, a un paso de la frontera franco-española: mejor de lo esperado.
No ha sido un fracaso, como se temía. El ambiente de tensión que la había precedido a propósito de la guerra comercial entre Estados Unidos y China y las tiranteces con Irán no permitían ser optimistas. Y se temía a Donald Trump, un personaje imprevisible al que no le gustan nada las reuniones multilaterales y del que se recordaban sus intransigencias y salidas de tono en el anterior cónclave de Canadá. Al final prevaleció el clima de cooperación.
 El presidente norteamericano estuvo en Biarritz sorprendentemente tranquilo. No bloqueó ninguna discusión y hasta calmó a los mercados al abrir la esperanza de llegar a un acuerdo en la guerra comercial con China. En resumidas cuentas, la cumbre cumplió con rigor y sin estridencias el programa previsto y llegó a conclusiones –dicen los expertos– que en nada desmerecen en relación con otras de los últimos tiempos.
También ha habido una cierta coincidencia a la hora de señalar que quizás haya influido en todo ello la habilidad del presidente francés, Emmanuel Macron, mentor en esta ocasión del encuentro, para al menos evitar la escenificación de los desacuerdos. En Biarritz fue un anfitrión hiperactivo y ubicuo, atento a los detalles, siempre dueño de la situación. Parece como si le hubiera tomado la medida a Trump y se hubiera empeñado, con cierto éxito, en diseñar una cumbre en la que fuera él, y no el errático presidente de EEUU quien llevara la iniciativa.
La invitación un poco por su cuenta al ministro iraní de Exteriores fue una hábil maniobra para acercar posturas sobre el contencioso con aquel país y para mostrar de paso que Francia es capaz de tener una política exterior autónoma y de ejercer con ella influencia. Precisamente la eventual aproximación entre Washington y Teherán para un pacto nuclear –muy hipotético por ahora– bien puede tomarse como uno de los principales resultados de este G-7.
Lo que no tiene duda es que el presidente del país vecino está asumiendo un creciente protagonismo mundial. El éxito del G-7 lo ha reforzado como figura emergente en la escena global y puede darle buenos dividendos en su propio país, donde corre el riesgo de afrontar otro otoño de gran agitación social.
Es ambicioso. Llegó al Elíseo con el objetivo de transformar y modernizar Francia. En el ámbito internacional, se ha dado cuenta del vacío de liderazgo en Europa y quiere llenarlo. Desea ayudar a reconstruir el orden mundial, reinventando y revitalizando el multilateralismo. El presidente francés sale, sin duda, fortalecido por su exitoso papel de mediador en la cumbre de Biarritz.

Mejor de lo esperado

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