La pérdida de identidad del parque municipal

Cuando la gente joven no tenía su tiempo y mente ocupados con móviles, tabletas y similares adminículos, el Parque Municipal era testigo de sus partidos de pelota, si no había guardias municipales; de los chapuzones a los novatos en la fuente Wallace; de los primeros escarceos de parejas en las verbenas del Mantón; de los intentos de colarse en las bodas, mientras fumaban los primeros cigarrillos a la sombra de los eucaliptos. 

El Parque Municipal Raiña Sofía, diseñado por el arquitecto municipal Nemesio López y el paisajista Luciano Turc, se inauguró en julio de 1943 con el nombre de Eduardo Ballester, entonces alcalde de Ferrol. Sus 17.000 metros cuadrados pertenecían a la antigua finca llamada Huerto de los Frailes, situada en la parte alta del campo de San Roque. Según una leyenda urbana se comunicaba por un pasadizo secreto con el convento de San Francisco. 

Incorporado Ferrol a la Corona, este terreno fue comprado por la Marina. Su primera edificación fue el Cuartel de Brigadas de Artillería, trasladándose el año 1765 al edificio la Escuela de Pilotos. El año 1791 se inició la construcción de la Academia de Guardiamarinas, una ambiciosa obra neoclásica proyectada por Francisco Sabatini. El edificio de tres plantas preveía un observatorio astronómico en su parte alta, causa de la ausencia de cúpulas de las torres de la iglesia de San Francisco, para no obstaculizar la observación del cielo. 

 La obra se suspendió el año 1796, cuando la primera planta estaba lista, empleándose sus materiales en otras construcciones como el dique de la Campana del Arsenal Militar. En el siglo XX los terrenos pasaron a usufructo del Ejército de Tierra, sirviendo de sede del Parque de Ingenieros y de su Central Telefónica, hasta su pase a propiedad municipal el año 1940.

En su vegetación destacaban los castaños y los eucaliptos, plantándose luego magnolios, tilos, secuoyas, arces y cipreses. En los años cincuenta se instaló la artística fuente Wallace, procedente de la Praza Vella, donde estuvo colocada al ser comprada el año 1889 en la Exposición Universal de París. Alrededor de la fuente se colocaron una serie de bustos de mármol, procedentes de los óculos de la nueva Casa Consistorial, junto con otros bustos de cemento de personajes ferrolanos. El año 1954 se erigió un monolito de granito en honor del aviador ferrolano Iglesias Brage.

Los patitos murieron de pena hace años, exiliados en el parque vigués de la Madroa al desaparecer su estanque para levantar el anodino parque temático Acquaciencia. Los últimos años se perdieron más de cien árboles, talándose hace poco tiempo el último de sus eucaliptos. Hoy apenas algún despistado pavo real pasea por los aledaños del Parque; incluso hace pocos días se ha podido ver un jabalí. También se encuentra descuidada la fuente Wallace, descabezados los bustos de personajes famosos, despintados los bancos de asiento, desatendidos los senderos y jardines, mientras se desconoce el paradero del monolito de Iglesias Brage. 

Hace poco tiempo finalizó un proyecto para convertir el Parque Municipal en lo que siempre debiera ser: un lugar de encuentro y vínculo de unión entre los tres barrios históricos: Magdalena, Ferrol Vello y Canido. Se instaló un cierre permeable sustituyendo la antiestética muralla de la calle Imeldo Corral y se diseñó un acceso exterior desde la calle Breogán, mientras se instalaba una entrada principal de diseño poco afortunado, con un absurdo mirador de cristal a la calle Espartero, que solo permite vislumbrar el acceso a un feo callejón.

Después de tantos años, un deseable lugar de descanso y solaz lleva camino de ser un despoblado lugar público como resultado de una desidiosa gestión. No se ha conseguido que el Parque Municipal sea una adecuada zona verde para el paseo, el esparcimiento infantil y la comunicación ciudadana. Queda mucho que hacer para mejorar el Parque Municipal de Ferrol.

La pérdida de identidad del parque municipal

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