Pese a nuestras previsiones el sino siempre está al lado. Los griegos fueron muy precisos sobre el porvenir personal. Díganselo a Ulises, homicida de su padre y esposo después de su madre, pese a todas las vueltas que el héroe dio por el Mediterráneo. Fatalidad, fortuna, hado, destino, suerte. Aquel Álvaro que Verdi inmortalizó en “La forza...”. O nuestro Deportiviño del alma, sobre el que han recaído todos los males, perdiendo en el último minuto, anulándole goles legales, escomteándole penaltis o arbitrándole sibilinamente –último partido con el Madrid– sin ver las faltas del equipo blanco e “inventándolas” al blanquiazul y prorrogando el tiempo hasta el cabezado de Ramos..., pero a ojo de buen cubero, no podemos olvidar que muchos dioses favorecen a los mortales.
Pese a ello tengo enorme fe en el equipo. ¡Saldremos adelante! Soñamos utopías por las heridas que nos han abierto sin piedad. Conocemos el sabor del fracaso y antes de que ruede la pelota nuestra camisa está rasgada por siete injusticias. No son los resultados lo que turba el equipo, es el equipo el que da sentido al sufrimiento. Y no olvidemos que el sufrimiento deja de serlo cuando es reacción para alcanzar la victoria. Nos lo recuerda Dostowieski: “Sí, el hombre –leamos seguidor deportivista– puede acostumbrarse a todo, pero no me pregunte cómo lo hace”.
Luchadores. Gladiadores. Wagner atronando Riazor para que las valquirias señalen el equipo contrario. Ciertamente estamos cansados que el mito de Sísifo se cebe en nuestros juegadores que necesitan marcar cuatro goles para que solo uno suba al marcador. Jugando como nunca perdemos como siempre. Sin embargo, aunque seamos el “pupas”, el amor más allá del bien y el mal nos dará premio... Lo comprobaremos el próximo mayo cuando hayamos conseguido nuestra particularísima estrella de Navidad.