en Francia hay nuevo presidente. Y todo indica que con su elección una parte del país respiró tranquilo. Después de todo, los gabachos creen que el “fascismo” no pasó.
Se dice que la victoria de Macron fue más que nada un voto contra Marine Le Pen. Es posible. Lo que es indiscutible es que su victoria se debe a una opinión pública construida con argumentos basados en el miedo. Una opinión ninguneada y confundida, que quiere ser parte del desdibujado proyecto europeo al mismo tiempo que lo rechaza. La realidad es que no fue un voto libre, sino un voto cautivo, secuestrado. Y no fue libre, por la sencilla razón de que a los franceses los engañaron una vez más. Como suele decirse, les vendieron nuevamente una moto de uso. Lo hicieron con Sarkozy, cuando éste les ofrecía el oro y el moro, después con Hollande y ahora con Macron.
El programa, el verdadero, del nuevo residente del Elíseo no se verá hasta que pasen las elecciones legislativas del próximo junio. Esas elecciones marcarán el punto de inflexión, dependiendo de los resultados, de lo que vendrá después. Mientras tanto se dedicará a vender ilusiones, sacará conejos de su chistera, incluso es posible que prepare un cóctel donde mezcle ingredientes de derecha y de izquierda, entiéndase por izquierda la que apoya el modelo liberal. También seguirá utilizando el fantasma del fascismo como arma poderosa para captar más voluntades para su esperpéntico partido, un partido que dicho sea de paso fue creado de urgencia en internet. Todo ello lo necesita para seguir con la continuidad del proyecto disolvente patrocinado por Bruselas y Berlín; no es por casualidad que en esas plazas reine la felicidad después de su elección.
Todos sabemos que en su camino hacia el Elíseo el nuevo presidente fue apoyado por toda la élite financiera nacional, es decir, recibió todo el soporte de los oligarcas gabachos. Es obvio que esos grupos actúan detrás de bambalinas, normalmente nunca dan la cara, al menos abiertamente, con lo cual sus apoyos se guardan en el más estricto anonimato como si fueran una suerte de secretos de Estado. Por lo tanto, no es difícil adivinar cuál será su agenda económica con semejantes “avales”.
Lo que más sorprende de la campaña electoral francesa es que se usaron métodos que no se veían desde hacía mucho tiempo. En aras de apostar por Macrón se esgrimieron tácticas inmorales, agresivas, algo que nos retrotrae a los tiempos de Joseph Goebbels, aquí también utilizaron la mentira y la desinformación sin pausa ni cuartel, despiadadamente. Y como es sabido, las mentiras repetidas muchas veces, como decía el delfín de Hitler, terminan convirtiéndose en verdades incuestionables. Tanto es así, que los que las propalaron en las elecciones gabachas lograron su objetivo.
El discurso del nuevo presidente está lleno de banalidades, de palabras huecas. Y no importa que cante La Marsellesa con el ánimo de imprimir un aire de patriotismo, eso lo único que indica, viniendo de un liberal a ultranza como él, la falsedad de su discurso. No olvidemos que los intereses que defiende les trae al pairo la suerte del país.
En todo caso, los franceses lo tienen crudo. En los próximos años le espera una gran inestabilidad social, con muchos enfrentamientos callejeros, huelgas y más división en la sociedad. En ese país hay una clase urbana que trabaja para el sector público y las finanzas, gente acomodada. Pero también hay otra, la mayoría, que vive en la periferia y que no tiene la más mínima perspectiva de futuro. A todo eso hay que sumarle un amplio sector de la clase medida que está perdiendo su estatus.
Macron es un hombre inteligente, capaz de crear ilusión y venderla, tanto, que habla de “refundar” la UE, como si eso fuera posible. Pero ¿hasta cuándo podrá mantener el hechizo? La cuestión estriba cuando llegue la hora de la verdad y se vea obligado a mostrar sus cartas, que seguro no serán de buen agrado para sus votantes. Ahí es cuando se romperá la magia.
Lo curioso es que después de tantos desencantos todavía hay millones de franceses y francesas que creen en los milagros. Ilusos.