Las reuniones del Comité de Rutas creado en 2010 para coordinar la actividad de los tres aeropuertos acabaron todas en fracaso, solo dieron como resultado un rebrote de las discrepancias causadas por el localismo enfermizo de los regidores de las tres ciudades aeroportuarias que impedían cualquier acuerdo de planificación de rutas y destinos.
Con el cambio de alcaldes en A Coruña y Santiago que representan “la nueva política”, tampoco se produjeron avances –el Comité ya no se reúne– porque el localismo trasciende a las ideologías, debe ser hereditario al cargo. Hoy cada alcalde sigue haciendo la guerra por su cuenta “comprando” vuelos con una política alocada de subvenciones, sin que entre todos den respuesta a las necesidades de Galicia.
La anarquía y el caos deben ser tales que el presidente de la Xunta, que en 2011 soñó con “un aeropuerto único con tres terminales”, se rebeló contra el “lío localista” y contra la utilización partidista que hacen los alcaldes de los aeropuertos. “La Xunta no financiará la descoordinación”, sentenció el presidente, que presiente que la coordinación de los aeropuertos es una causa perdida.
Cité en alguna columna anterior al urbanista sir Peter Hall, profesor de Planeamiento en la Barlett School of Architecture de Londres, que hace ocho años estuvo por aquí y el colega Javier Armesto de “La Voz de Galicia” le preguntó “qué le parece que Galicia tenga tres aeropuertos separados por 150 kilómetros y ninguno conectado a la autopista”. La respuesta del prócer inglés, una autoridad mundial en urbanismo, fue clara: “No tiene mucho sentido tener tres aeropuertos en 150 kilómetros. La política más efectiva es construir un solo aeropuerto regional conectado a una excelente infraestructura ferroviaria y de autopistas”.
Aquí lo hicimos al revés, tres aeropuertos mal conectados, a los que ahora hay que sacar provecho porque son una oportunidad para Galicia. Su futuro –antes de la llegada del AVE– pasa por la coordinación y complementariedad para llevar a los gallegos a destinos atractivos, conectar a las empresas con los centros de decisión económica en el mercado global y traer turismo que genera retorno económico y social para el país.
Si Alvedro, Peinador y Lavacolla continúan librando batallas por su cuenta en absurda competencia seguirán repartiendo la miseria y perderán la guerra con el Sá Carneiro de Oporto. Y lo que es peor, no cumplirán con la función de prestar un buen servicio a Galicia, que es lo que justifica su existencia.