DÍAS antes de Navidad, un guardia urbano de Barcelona mató de un tiro a un perro, llamado Sota –eso sí, no se sabe de qué palo era– que le mordía en un brazo. Los animalistas enseñaron los dientes y exigieron que se sancionase al agente. Esta misma semana un estadounidense estranguló a un puma que le había atacado cuando corría por unas montañas de Colorado. Los animalistas –que en EEUU no solo son los seguidores de Trump– aún no han dicho nada. Quien si lo ha hecho es Frank de la Jungla: “Yo no odio a los animalistas; odio a los gilipollas”. Será selvático, pero qué bien apunta a la hora de odiar.