Uno asiste con cierta desesperanza a las primeras sesiones parlamentarias de la temporada. Nuestras Señorías no parecen haber aprovechado las demasiado largas vacaciones para reflexionar acerca de que estamos ante una era especialmente difícil para España. Y no hallamos, al regreso, sino reproches cruzados y los viejos tópicos. Se llega a acusar al PP de ¡¡estar al margen de la Constitución!! por no ‘arrimar el hombro’ para aprobar unos Presupuestos que se desconocen, y los ‘populares’ contraatacan con sal no menos gruesa. Mientras, proliferan maniobras orquestales en la oscuridad que incluyen escuchas, filtraciones, espionajes que enlodan aún más la vida política.
Nunca justificaré la impunidad para la corrupción pasada. Y, por supuesto, sí a todas las comisiones de investigación que sean pertinentes. Lo que no puede ser es que la basura del pasado impida acuerdos en el presente. El debate es de patio de colegio. El Parlamento no está ni para juegos florales, ni para competir en la longitud y fuerza de los aplausos pelotas. El nivel decae. Y, así, el Parlamento se convierte en objeto de chalaneo, es plataforma para maniobras en la oscuridad, donde se negocia, por ejemplo, una posible traición de Ciudadanos al PP en Madrid, porque la obsesión del Gobierno es derrocar a la presidenta, Díaz Ayuso. Y es que los rebrotes importan menos que otras cosas*
No, los muertos por el virus solo importan para utilizarlos como arma arrojadiza. Quedó muy claro ya en el lamentable debate que iniciaba el curso parlamentario el martes en el Senado, con Sánchez como único protagonista, porque en la Cámara Alta no se fajaba con los líderes nacionales y podía abroncar sin tasa a los ‘segundones’ díscolos. O, en otro ámbito, parece que importan más que las consecuencias de la pandemia las marchas sobre las Cortes de alcaldes enfadados con el Gobierno. Todo antes que pensar en cómo combatir unidos las amenazas sanitaria y económica: es mucho más prioritario hacerle la cusqui al adversario, convertido en enemigo.
Pero, sobre todo, lo que importa en La Moncloa, y lo entiendo, es si los Presupuestos van a ser aprobados o no. Curioso que lo que está sometido a debate es quién apoyará al Gobierno en las cuentas del Reino, y no el contenido de esas cuentas, que aún nadie ha visto, aunque el presidente pide a todos que las respalden. Peculiar situación, pardiez. Y más peculiar todavía es que Sánchez tenga ya prácticamente segura la aprobación de ‘sus’ números, incluso con holgura de votos: hasta ciento ochenta puede lograr, según los cálculos más realistas, sin necesitar para ello ni a ERC, ni a Bildu ni, desde luego, al PP. Incluso aunque, a última hora, Ciudadanos se descolgase del acuerdo, entonces Esquerra, que se declara incompatible con ‘los naranjas’, acudiría al rescate. Y hasta en el caso, altamente improbable, de que, en una pirueta final, Podemos diese el portazo, Sánchez sabe que entonces el PP cambiaría por un ‘sí’ su actual, rotundo, ‘no’.
Afortunado Sánchez. Al final, va a ser cierto eso de que agotará la Legislatura. De una u otra manera. Muy probablemente sin su socio de coalición, con el que no puede tener más diferencias de las que ya tiene; pero ya se ve que hay muchos dispuestos a acudir en socorro del vencedor. En verdad, Sánchez no necesita a Iglesias, que se revela y a veces hasta se rebela tan problemático como se esperaba. Y Sánchez, con muchos flotadores que son ‘salvavidas políticos’ a su alcance, es, hoy por hoy, el que gana. Salvo sorpresas, claro, que todo es posible en esta loca política nacional.