Sería ya pecar de recurrente insistir en que España tiene una historia convulsa, incluso épica en muchos casos, destacando, por proximidad, la guerra civil del pasado siglo. Pero tengamos en cuenta que el resto de Europa no se queda atrás y baste como muestra, nada más y nada menos, las dos llamadas guerras mundiales.
Aun así, o quizás debido a estas circunstancias ya superadas; el resto del planeta nos ve como la mejor sociedad para vivir y somos la meta y ejemplo a seguir de muchos otros países y gentes.
En Europa, está claro, que unos y otros, y unos más que otros, hemos evolucionado eficiente y rápidamente hacia el sistema que nos permite tener una de las mejores calidades de vida.
También sería cansino insistir en que los españoles y “a pesar de algunos propios españoles” estamos, como sociedad, en lo más alto del pódium en cuanto a indicadores de bienestar y nivel de desarrollo.
Si además de leer estos informes tenemos o hemos tenido la oportunidad de andar por el mundo adelante o convivir con extranjeros todavía nos convenceremos más de esta, nuestra privilegiada, situación.
Pero, también la historia nos enseña que todo puede cambiar y los logros hay que mantenerlos y defenderlos constantemente, con amplitud de miras y buscando la unidad que nos dará más fuerza para seguir conservándolos e incluso superarlos.
Semanas atrás, he tenido la fortuna de ser invitado a una comida coloquio con dos personajes relevantes: los veteranos europarlamentarios y ex ministros José Manuel García-Margallo y Joaquín Almunia. Sus interesantes exposiciones e ideas políticas darían para largas reflexiones, pero destaquemos algo de lo más significativo.
Ambos coincidían, y comentaban compartían la mayoría de sus compañeros del Parlamento Europeo, en que la salida inglesa de nuestra comunidad política era cuestión de tiempo y que nunca esa nación creyó y se integró plenamente en la Unión, por lo que era deseable que se fueran de una vez por el bien de todos.
Viendo su saber estar, su nivel de conocimientos de la conflictiva situación internacional actual y su brillante discurso, me hizo “tirar de internet” para confirmar sus edades respectivas de setenta y cuatro setenta y un años.
Para la mayoría de los invitados, no pasó desapercibido el hecho de que ambos coincidían y se mostraban de acuerdo en el noventa por ciento de sus posturas y soluciones a las dificultades actuales, incluyendo populismo e independentismo, a pesar de partir de principios políticos diferentes como son el liberalismo y la social democracia.
Sí trasladamos estas apreciaciones a la realidad diaria, en el mundo laboral y de la política, veremos profundos contrasentidos. La sociedad actual y mayoría de empresas desprecian, en general, a las personas de más de cincuenta años, a pesar de su experiencia, por “su falta de empuje” y a los menores de treinta, a pesar de su empuje, por “su falta de experiencia”
Aun teniendo en cuenta la cordialidad y coincidencia en asuntos claves de Estado de los conferenciantes; el día a día, nos demuestra que la intolerancia y egoístas personalismos se imponen en sus respectivas formaciones políticas, dejando en un segundo plano aportar las soluciones claves que la sociedad demanda ya casi con angustia.
La gestión de un Estado no es muy diferente a la de la empresa y en estos momentos son dos problemas críticos en la España real.
Con excelentes, pero no muy abundantes excepciones, la falta de sensibilidad e idea de negocio en las empresas, conduce a miles de jóvenes -con una costosa formación recibida y sin la experiencia que podrían proporcionarles los ya maduros- al “exilio” y emigración para encontrar y desarrollar su futuro profesional fuera de nuestras fronteras y lo que es más grave, en muchos casos, para no volver a sus orígenes.
También esa misma falta de miras, conduce a miles de profesionales en perfectas condiciones y con experiencia a la prejubilación el retiro forzoso o al desempleo.
No cambian mucho las circunstancias en el ámbito político. La falta de sensibilidad, hacia la sociedad y sus problemas, de un elevado porcentaje de la clase política, en casos sin la más mínima experiencia laboral, conduce a que sus esfuerzos se centren en buscar su parcela de poder y sitio en la elite desplazando a los principios y escrúpulos que proporcionan los años y la experiencia.
Nada más lejos del sosegado y certero discurso de unos conferenciantes con la realidad que podemos ver cada día, una lástima.