Pablo, el coletudo, se apellida Iglesias aunque reniega cualquier espiritualidad, salvo crecer en el materialismo histórico del Marx inspirador de revoluciones sangrientas y no el de las películas de los hermanos de Hollywood que nos hicieran reír a mandíbula batiente. Ahora el nuevo héroe épico en su lucha contra la caspa capitalista y el orden establecido se perfila como veleta de metal en forma de saeta, colocada en lo alto de Iberia con oficio redentor. Así gira alrededor de un eje vertical impulsada por el viento para configurar la dirección de otra España a la valenciana.
Pero la RAE también señala una cuarta acepción más aplicable a nuestro caso: “Persona inconstante y mudable”. Porque hay que ser griposo antisistema –polvo, sudor, hierro; por la estepa castellana el Cid cabalga– para quedar en cursi aprendiz de figurín, coleta en ristre y camisa remangada como los viejos falangistas que sólo querían muchachos de cuarenta años abajo, imponiendo cortes de pelo y aceite de ricino autoritario si dudamos sobre el jefe que jamás se acatarra… Democracia de puños y pistolas cuando se ofende a regímenes bolivarianos, griegos o árabes sumisnistradores de dinerito fresco para combatir la partitocracia.
Es un mentiroso compulsivo. Cree en sus embustes. Le falta coraje para enfrentarse a la verdad. Cualquier airecillo le hace mudar de conducta y hunde en la miseria a sus más leales camaradas. Yo, yo, yo. Táctica asamblearia para manejarla a su antojo y dar titulares a la prensa. Postureo y teatro. Asimismo echar caradura al rol acomodaticio cualquiera que sea su color morado. Autonombrarse vicepresidente de un Gobierno inexistente y por idéntica frivolidad dimitir al día siguiente. ¿Derechas? ¿Izquierdas? ¡Qué más da! Hoy los insulta gravemente y mañana les tiende la mano. Pura contradicción lógica sin ampararse en ningún “logos” o “ethos” pragmático. Sólo imágenes de opinión y hervor de iconoclasta soberbia.