El garbo de Greta

cuando deja de usarse una palabra, diríase que desaparece lo que significa. También al contrario: cuando algo desaparece, se extingue la palabra que lo nombraba. Sea como fuere, ni se oye ya en ningún sitio la palabra “garbo”, ni se ve por parte alguna la gallardía, la gentileza y la gracia unidas al desinterés y a la generosidad que, según nuestro diccionario, expresaba.
Los últimos garbos de que se tiene noticia fueron un espía (el barcelonés Joan Pujol), una morena que era invitada a pisar de esa guisa un capote, y la gran Greta Garbo, pero he aquí que recientemente ha aparecido otro garbo, y, además, encarnado en otra Greta, Greta Thunberg, la chavalilla de Estocolmo, 16 años, que se ha constituido en lideresa del movimiento juvenil contra el cambio climático provocado por las brutales sevicias que los seres humanos propinamos a la Naturaleza. Gallardía y generosidad, cuando menos, le echa la joven sueca que acaba de surcar los 6.000 kilómetros de un océano embravecido a bordo de un cascarón para denunciar, no montándose en uno, la tremenda contaminación que producen los aviones. El único pero que cabría poner a la pequeña gran activista es ese punto de niña repelente que le fastidia un poco el carisma entre los mayores.
Lamentablemente, es a los mayores, que son los que más empuercan el mar y la tierra, a los que habría de llegar más detonante y diáfano el mensaje de Greta. Entre los chicos y chicas de su edad, es decir, entre los que han de heredar un mundo hecho una mierda, el mensaje cala, y les moviliza, pero los adultos, y no sólo los demenciados negacionistas, tienden a superponer el rechazo que les produce una niña tan repipi al mensaje urgente y tan puesto en razón que Greta Thunberg difunde. Y es que los adultos se agarran a cualquier cosa con tal de seguir con su ceguera y su egoísmo.
A Greta se le espera en Madrid para la Cumbre del Clima y la gran manifestación estudiantil del viernes, pero si, como parece, va a venir en tren, lo mismo el viaje se le complica más que el del océano, que ya sabemos cómo andan, de pena, las comunicaciones ferroviarias con nuestro hermano Portugal. Pero llegará, porque gallardía le sobra a la chica, y si en el ínterin descubre que la firmeza en la acción y en la denuncia no necesita estar reñida con la naturalidad y la bonhomía, descubrirá también que el garbo completo es indispensable para salvar el mundo. 

El garbo de Greta

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