En vísperas de la adhesión de España a la Comunidad Europea una publicación me pidió un artículo sobre el evento y mi línea argumental partía de que, en aquellos días previos, la vieja Europa se veía “cercana y grandiosa”, título que recupero para este comentario.
Cercana porque España ya gozaba de democracia plena y no podía tardar el día del ingreso, como así fue. Grandiosa porque para los españoles de la época Europa era sinónimo de democracia y libertad, de cultura y nivel de vida. A mayores, la entrada en el club europeo significaría el espaldarazo a la calidad de la democracia española, la exigencia de rigor a los gobernantes en la gestión económica y la llegada de ingentes recursos –lo sabemos bien en Galicia– para que España iniciara el camino de la convergencia económica con los nuevos socios.
No tengo espacio para entrar en detalles. Baste decir que la construcción europea superó muchas dificultades y problemas y hoy es una realidad a la que la mayoría de los españoles consideran beneficioso pertenecer porque recuerdan, con el historiador Santos Juliá, que la vieja Europa fue destruida por las armas del nacionalismo imperial y fascista en dos guerras devastadoras y la UE es el antídoto para que eso no vuelva a suceder.
Pero la Unión vuelve a estar asediada hoy por enemigos externos sin escrúpulo, como Putin y Trump, y por enemigos internos, la ultraderecha y los populismos nacionalistas, que quieren destruirla, aunque ahora sin recurrir a las armas. Los ultras europeos mostraron su apetito desintegrador el sábado en la manifestación de Milán y se agrupan para entrar en el Parlamento con la fuerza suficiente para acabar con los principios que dieron origen a la propia Unión.
Es verdad que el afán destructivo de la extrema derecha, de los populismos y nacionalismos es, en parte, resultado de errores cometidos por los gobernantes que durante la crisis no supieron buscar soluciones a los problemas ciudadanos. A veces incluso lucharon contra la idea misma de Europa a la que, parafraseando a Timothy Garton, consideraron como una gran Suiza y defendían con más ardor su poder en el gobierno de su “cantón” que el proyecto europeo.
Pese a todo, la UE es el mejor invento, el proyecto político más imaginativo que hemos conocido, y el domingo toca defenderla en las urnas de tantos enemigos externos e internos. Porque, con sus defectos, a la mayoría de los españoles Europa nos sigue pareciendo cercana y grandiosa.