ESTUDIOS UNIVERSITARIOS

Después de las apresuradas descalificaciones  primeras, los rectores gallegos se han sentado a la mesa,  ya con el BOE de turno en las manos. Y han amainado en su inicial virulencia verbal. Ya no califican de “despropósito” la opción que les ha dado el Ministerio para que reordenen a su gusto –si quieren– grados y masters de determinadas carreras universitarias. Como mucho,  señalan ahora que la norma llega en un mal momento, aunque, como apunto,  habrán de ser ellos quienes determinen el cuándo.
Pero al igual que ha sucedido en otras latitudes, lo curioso es que el debate al respecto ha derivado hacia planteamientos económicos más que académicos. Por parte de las Universidades se teme la reducción de ingresos. En las filas del profesorado  preocupa que sobren efectivos. Y las organizaciones estudiantiles dan por hecho que se encarecerán los estudios. Preocupaciones legítimas, pero que, como se ha dicho,  no tendrían por qué determinar una rigurosa reflexión sobre la mejor formación universitaria.
Todo ello ha vuelto a poner sobre la mesa, aquí y allá,  la importancia de las becas, de forma que nadie quede excluido de la educación superior por causas  económicas. Cuestión, ciertamente no baladí, en línea con lo señalado por el rector de Santiago, y sobre la que hay general consenso.
El de Vigo, por su parte, ha ido un paso más allá y habla del “acceso universal” a la enseñanza superior como misión de la Universidad. Como si ésta fuera un derecho que haya de saltar por encima de cualquier otra consideración. Y, en efecto, ningún estudiante ha de quedar fuera del sistema. Pero si tiene capacidades para estar dentro. Porque la Universidad no debe ser  -creo- una especie de ESO de tercer nivel.
Aunque parezca  navegar contra corriente,  lo cierto es que un joven puede sentirse más satisfecho desde el punto de vista personal, más exitoso académicamente y mejor preparado para su futuro profesional en estudios a los que ha llegado con la suficiente  holgura intelectual. A partir de ahí es cuando han de entrar en juego las ayudas en sus diversas modalidades para superar condicionamientos económicos familiares.   
Mucho se habla de los recortes en las becas y de esos “jóvenes brillantes” que por falta de ellas supuestamente se quedan sin cursar estudios superiores. Lo que no sé es qué entienden algunos por brillante. Porque cualquier alumno así considerado puede muy bien –creo– con las exigencias académicas mínimas establecidas.
Y no habrá que olvidar que a las ayudas del Estado hay  que sumar las convocadas por las comunidades autónomas y las propias Universidades, que todavía colocan el listón más bajo. Así, entre  unos y otros,  la verdad es que las han dejado desprovistas de toda relación con el mérito.

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