Violencia

La feminista norteamericana, Charlotte Bunch, decía que la violencia sexual, racial, de género y otras formas de discriminación no pueden ser eliminadas sin cambiar la cultura. Y la realidad es que el modelo cultural de hoy en día no favorece la erradicación de ese tipo de patologías sociales. 
A diario se nos informa en los medios de comunicación de todo tipo de violencia. Desde el maltrato físico y psicológico a la mujer, pasando por el acoso de unos niños a otros en las escuelas, la agresión física a los profesores, el mobbing en los centros de trabajo, las peleas en los espacios públicos, hoy nada ni nadie se escapa a esta lacra. Lo preocupante es que se está aceptando como algo normal, lo cual es un síntoma de lo enferma que está nuestra sociedad. 
Estamos viviendo en un entorno cargado de agresividad, se acaricia en el ambiente, en el lenguaje, en los gestos. A pesar de las medidas psicológicas, legales y policiales que se están tomando la rabia y la belicosidad en las personas sigue aumentando. Una de las razones, quizá la más importante, es que estamos ante un modelo social violento, darwinista en su concepción, por lo tanto, un generador de violencia. El entorno se está volviendo cada día más feroz, la ley de la jungla está imperando en todos los órdenes, la famosa competitividad de la que nos hablan por activa y por pasiva produce grandes dosis de frustración, que es convertida en rudeza y agresividad. La realidad es que una dinámica así solo puede engendrar más violencia, lo que significa que mientras no se vaya al fondo de la causa el problema seguirá existiendo, incluso creciendo.
Pueden existir decenas de terapias para enseñar cómo se gestiona la agresividad, miles de psicólogos, de consejeros y orientadores, que mientras persistan en el ambiente los ingredientes que provocan las conductas antisociales ninguna terapia ni ningún profesional solucionarán nada. Será todo en vano, algo así como intentar matar moscas a cañonazos. 
Es obvio que hay varias causas que originan la agresividad en los individuos y que no tienen que ver, al menos directamente, con las frustraciones laborales o económicas como puede ser la violencia de género. 
Esta clase de conducta puede tener componentes familiares o culturales. Aunque también se aprende en los programas y series de televisión, que en la mayoría de los casos son de corte violento y machista, donde incluso la mujer imita los gestos y los comportamientos sexistas del hombre. 
Los psicólogos sociales en sus valoraciones casi nunca hablan de las causas, las verdaderas, que originan la agresividad y la violencia en general. 
Tratan los casos como si fueran conflictos aislados, problemas de familias disfuncionales. Incluso hay investigadores en ese campo que han desarrollado la teoría de que existe un componente genético en los comportamientos agresivos y antisociales, lo cual no deja de ser una manera racista de culpar a un determinado grupo étnico y así saldar el asunto.
Está comprobado que el incremento de la violencia en la sociedad tiene su origen en el actual modelo económico y cultural, que además ha creado lo que podríamos muy bien llamar “la cultura de la agresividad” que carga el ambiente de conflictividad. 
Es decir, los medios recogen (informan) la violencia, la reproducen una y otra vez, con lo cual la sociedad la interioriza y la vuelve a reproducir. Aunque eso sí, cada vez en un plano más exacerbado. 
Por otro lado, la violencia produce beneficios, especialmente para los mismos medios que trafican con el dolor ajeno. Puesto que se nutren de él para atraer grandes audiencias televisivas y al mismo tiempo le ayudan al poder a sedar  la población para que ésta no vea lo que ese mismo poder está le está haciendo; es decir, cumple una función social. Como el fútbol.
Acabar con la violencia ya no es una cuestión de psicólogos ni de sociólogos, ni siquiera de más legislación para castigarla o reprimirla. No. La cosa no va por ahí. Hay todo un sistema económico y cultural que la retroalimenta, que no está precisamente ayudando a mantener una sociedad sana. Aunque pueda parecerlo.

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