Un imperativo legal reventó el pacto ERC-JxCat. Y su principal damnificado, el presidente de la Generalitat, se ha desquitado con una convocatoria electoral diferida a la aprobación de los presupuestos autonómicos. Un periodo de reflexión de dos o tres meses que, además, coincidirá con la inhabilitación total del personaje por parte del Tribunal Supremo.
Va a ser o cierto que Moncloa confiaba en las actuaciones estelares de Quim Torra como garantía de freno a las ensoñaciones del independentismo. Alguien próximo a Sánchez me había comentado que las extravagancia del personaje y sus difíciles relaciones con el partido de Junqueras (ERC) harían muy difícil que los eventuales tratos del Gobierno central con el de la Generalitat desbordasen el marco de una mera exaltación del diálogo político como herramienta para ir desactivando el llamado conflicto catalán.
Pues ha ocurrido. Ha bastado que el presidente del Parlament, Roger Torrent (ERC), se pusiera del lado de la legalidad (retirada del acta de diputado al presidente de la Generalitat por orden de la Junta Electoral) para que Torra (JxCat) diera por terminada la legislatura y por roto el pacto de familia entre los dos grandes brazos del independentismo.
El hecho de que el propio Torra haya abierto un periodo provisional de dos o tres meses de tanteo preelectoral (en tiempo de mudanza no se toman decisiones de mayor cuantía) y el hecho de tener enfrente a un independentismo dividido, permitirá a Sánchez podrá acudir a su cita del día 5 con Torra sin la presión que hasta ahora marcaba cualquier trato con los hiperventilados pregoneros de la Cataluña una, grande y libre.
La presión, en cambio, se traslada al campo nacionalista, que en estos últimos días ha visto como desaparecían sus dos grandes elementos de cohesión:
Uno, el que se encerraba en una consigna aparentemente compartida: “Lo volveremos a hacer”. El presidente de la Cámara, Roger Torrent, lo desmintió con su actuación perfectamente ajustada a un mandato legal (retirar el acta de diputado a Torra). Es evidente que no ha querido seguir el camino de la desobediencia, que es el que llevó a la cárcel a su predecesora en el cargo, Carmen Forcadell.
Y otro, la pérdida del enemigo común. Con ese enemigo común, ay, ha pactado uno de la familia. Y ahora ERC carga con el sambenito de “traidor” en la calle y el de “desleal” en boca del propio Torra, que al fin y al cabo es una manera de llamar “botiflers” a los dirigentes republicanos, con especial referencia a Torrent y Aragonés.Todo lo demás, a partir de ahora, será una carrera de sacos hacia la primacía electoral entre los seguidores de un presidiario (Junqueras) y los de un fugitivo (Puigdemont).