El silente gato azul se encarama de un salto sobre los roídos restos del queso estatal. Extiende la mirada al frente y escruta con gesto grave a la muchedumbre de ratones que lo espía hambrienta. La avidez de sus ojos le irrita, el rictus de ira en sus bocas le sobrecoge. Buscando exorcizar el mal presagio, mira a derecha e izquierda y lo que ve le reconforta, a ambos lados se alinean las diecisiete legiones de gatos “taificos”, también los ceutís y melillenses, y un paso adelante los nobles “senator” junto a los del parlamento patrio y europeo, y cerrando formación la gatuna realeza.
Qué temer, todos esos lustrosos gatos están allí para velar por el queso, para acrecentarlo en medida y en medida distribuirlo siguiendo criterios de equidad y eficacia.
El gato azul mirando a la multitud de ratones eleva la voz y sentencia: “La situación del queso es insostenible. El uso y abuso que de él habéis hecho lo ha mermado. Debemos efectuar dolorosos recortes y realizar cuantiosas aportaciones a fin de hacerlo sostenible”. Los ratones se estremecen, qué aportar que no haya sido ya dado, dónde ser recortados. La desolación se hace infinita en su finita culpa.
De pronto, uno de ellos, sin ideología, ni afiliación, grita la evidencia: “Han sido los gatos, Mariano. Ellos lo han devorado, y así lo harán con todo aquel que en un futuro podamos cuajar”. Nada nuevo le ha sido revelado, lo sabe, pero qué puede hacer, él también es un gato.