Pilla unos billetes de avión para un fin semana en Milán dentro de un par de meses, hay que anticiparse antes de que tengan un precio imposible. Oye, no te olvides de que quedamos el próximo jueves a la tarde después de trabajar para ir a la Torre, aquí no hay nada, esto es un aburrimiento. Estoy deseando que llegue el sábado para llevar a los niños al centro comercial, mientras ellos se entretienen con unas hamburguesas o pintando con los animadores, podemos cambiar en la tienda el pantalón que compré a través de su web. Apúrate a escoger los regalos de los abuelos en la plataforma, recuerda la fechas en que estamos, con mucho retraso en el reparto, como no espabiles, nos coge el toro y los entregamos pasada la fecha, menudo Palo. Mi madre querida, no hay modo de reservar una mesa en el restaurante como no lo intentes con una semana de antelación, hay estar despierto. Este año, si que no nos perdemos el viaje a los Juegos Olímpicos, eternamente demorado. Sería mejor que empieces a pensar a dónde nos vamos de vacaciones para reservar con suficiente antelación en la plataforma de pisos turísticos…..
Y así, todavía mucho más. Una vida perfectamente engrasada para participar en el ciclo perfecto de producir-consumir-contaminar. Producimos en exceso, consumimos en exceso, contaminamos en exceso. Todos, sin excepción. Los que lo hacemos inconscientemente y los que no, los que nos gusta y los que no, los que queremos un mundo sostenible y los que miramos para otro lado. Todos contribuimos al engranaje capitalista, lo queramos o no.
Y de repente, el pánico más antiguo, el miedo a la peste que nos traen otros lleva a los países, a las ciudades, a los pueblos a levantar barreras confinándonos entre nuestras cuatro paredes como penitencia por los excesos capitalistas.
Ante esta situación de incertezas, podemos perfectamente imaginar los miedos a lo desconocido que amenazaba a civilizaciones pretéritas, encomendándose a los rezos dirigidos por visionarios del más allá. Ahora, más racionales que somos, queremos confiar en nuestros dirigentes y los temores nos los alivian los psicólogos. Pero que pongan en entredicho nuestros excesos, nos cuesta.
Ay, ¿qué será de nosotros? Quién pudiera ser de los que tienen voluntad de no hacer nada que nos relata Cristina Morales, quién pudiera gozar de la tranquilidad de las ausencias que nos cuenta Santiago Lorenzo.
¿Por qué no? Quizás tengamos la oportunidad de darnos una oportunidad y repensar si nuestro ritmo de vida es compatible con un planea sostenible.
Pero, bueno. Ojalá la penitencia sirva de algo y recuperemos la pureza.
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