Vuelta al sacho

Hace ya algún tiempo, en una galaxia no tan lejana como la de Luke Skywlker y sus colegas, la comida sabía a comida. Esta verdad dejó de ser una perogrullada y, poco después, a la comida que volvía a saber a comida la llamaron ecológica, pero necesitaba toda una serie de controles y garantías que la hacían muy difícil de garantizar en el minifundismo. 
La solución, en realidad, es muy sencilla: se trata de cultivar como se ha hecho toda la vida, dejando que la naturaleza haga su trabajo, sin necesidad de saltarse los controles antidoping, y la comida vuelve a saber a comida. 
El pasado fin de semana, un grupo de periodistas participamos en la curiosa iniciativa de una empresa gallega, La Casa de la Aldea, que nos convirtió en labradores por un día. 
Se trataba de ir hasta Carres, en Oza-Cesuras, a media hora de A Coruña, y meter las manos en la tierra, cambiar el ordenador por el sacho y aprender de los que saben cómo se cultiva un huerto. 
Plantamos lechugas, tomates, berenjenas, calabacines, repollos, cebollas y pimientos, todo bajo la supervisión de Pedro y Venancio, que miraban con cara impasible y nos orientaban con los aperos de labranza mientras debían de pensar: “¿Qué se les habrá perdido a estos periodistas aquí en la aldea?”.
Lo que tiene el periodismo es que hay que estar en los sitios para que las noticias sean creíbles. Todos soñamos con ser corresponsales de guerra, visitar exóticos países y poder volver para contarlo. 
Pero se nos olvida que aquí, en la leira de al lado, hay mil historias que también son importantes. Vivimos de espaldas al campo, como si las lechugas se materializaran directamente en nuestra nevera, sin valorar el esfuerzo que supone plantarlas, esperar a que crezcan y recogerlas. De eso iba la experiencia del otro día, de aprender cómo se hace para poder contarlo. 
Lo mejor de todo es que nosotros solo fuimos agricultores por un día, los labradores se encargarán de vigilar que el huerto salga adelante, con un poco de riego y algo de ayuda del tiempo. 
Cuando esté listo, La Casa de la Aldea hará lo mismo que hace con sus clientes: mandárnoslo a casa, con la salvedad de que nuestra cosecha no ha sido comprada por internet, sino cultivada con nuestras propias manos. Y esa ensalada seguro que sabe a comida.

Vuelta al sacho

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