CLASES MEDIAS Y PAZ SOCIAL

Una sociedad donde la clase media corre el riesgo de desaparecer, es una sociedad desestructurada e inerme ante los abusos y las desigualdades sociales.
El desigual reparto de la riqueza y la creciente concentración del poder económico, provocan y acentúan la fractura de la sociedad. La clase media actúa como muelle o colchón que amortigua las tensiones sociales. Si la clase alta  y la clase baja están, cada vez, más separadas, en el centro sólo queda una clase media empobrecida, incapaz de cubrir o reducir la brecha.
Si cada vez hay más para los menos y menos para los más, ésta situación conduce al empobrecimiento progresivo de la población. Su expresión gráfica puede ser representada por una pirámide en la que cada vez es más ancha la base y más se agudiza el vértice.
Si los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres, caminamos hacia una sociedad dual donde sólo existan los ricos y los pobres.
Ese peligroso horizonte social, no es el mejor preludio para una convivencia pacífica y tranquila. Haciéndose eco de esta perspectiva, el sociólogo Artemio Baigorri afirma que a muchos les debiera preocupar el empeoramiento que están sufriendo las clases medias. “Son –dice- las que encienden las chispas de las revoluciones y las algaradas cuando se sienten atacadas en sus privilegios o cuando sienten que son empobrecidas a costa de los privilegios de otros grupos sociales”. Por el contrario, “el crecimiento de las clases medias siempre ha sido sinónimo de estabilidad”, según dice la socióloga gallega Obdulia Taboaleda.
Si en el medio está la virtud, las clases medias son el más firme elemento de cohesión y equilibrio social, por lo que deben ser objeto prioritario de apoyo y protección.
No hay duda que con las políticas de ajuste y los recortes, las clases medias han sido las más perjudicadas, pese a que siendo los más vulnerables ante la crisis son los que incluso pagan más impuestos que el resto de los ciudadanos.
Nada de lo dicho supone deslegitimar la riqueza y su justa adquisición; pero sí denunciar su desigual distribución y reparto. Tampoco rechazamos el ánimo de lucro, como motor de la economía y creador de empresas, riqueza y puestos de trabajo. Igualmente, parece justo que los emprendedores honestos, de mérito y éxito, reciban el dividendo o beneficio que compense y recompense el riesgo que asumen con la creación de empresas.
Admitido lo anterior, los poderes públicos deben procurar que la acumulación de grandes fortunas lleve aparejada la obligación correlativa de emplear parte de sus ganancias en fines de interés social, educativos, de investigación y mecenazgo.

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