una vez más Cristina Cifuentes ha medido mal sus fuerzas; ha ignorado las crueles reglas de los partidos políticos y, sobre todo, la más elemental: el fuego amigo es mucho más certero que el del peor enemigo.
Si el mismo día en que aparecieron los datos que ponían en cuestión su máster, hubiera salido con tono humilde, reconociendo que no recordaba los exámenes de esas dos asignaturas, que el exceso de trabajo le había impedido cursarlo de manera presencial y que, por tanto, borraba de su currículum dicho adorno, nada habría ocurrido. Pero eso ya es el pasado.
El siguiente error consistió en creer que el simple apoyo estratégico de Dolores de Cospedal y sus afines bastaba para aferrarse al cargo y retar a Mariano Rajoy, convirtiendo Madrid en el peor dolor de cabeza de Moncloa.
Un colaborador cercano presidente contaba que Rajoy es una muy buena persona y no era su estilo llamar a Cifuentes obligándola, “manu militari”, a dejar la presidencia. Esperaba el presidente que ella entendería que estaba “haciendo daño al partido” y obraría en consecuencia. No parece que la terrible filtración de su hurto en un supermercado venga del entorno de Moncloa, pero quienes se han quedado más asombrada con las humillantes imágenes ha sido la oposición en la Asamblea de Madrid.
Hay muchas formas de hacer dimitir a un político tenaz, aferrado al cargo y convencido de que sus errores no son tan graves, y el PP ha elegido el más deshonroso y cruel. Es verdad que Cifuentes –siguiente error– debía haber dimitido cuando se demostró que presentó un acta falsa y que mintió, pero destrozar su imagen pública y personal es propio de la mafia. Detrás de esta operación se intuye la mano de los antiguos responsables del Gobierno de Madrid. Porque el primero que arrojó la piedra, tras salir de la cárcel, fue el presunto acaparador de fondos públicos, Francisco Granados, relatando en sede judicial, como quien no quiere la cosa, una supuesta relación sentimental de Ignacio González, también en la cárcel, con Cifuentes.
La frase de Esperanza Aguirre en el Congreso de los Diputados –“en casa se está muy bien”– mientras esbozaba una sonrisa hacía temer lo peor. Lo que llevaría a considerar que aquel que pretenda, dentro del PP, vender la imagen de lucha contra la corrupción y persecución de los corruptos, vengan de donde vengan, pone en gravísimo peligro su honra y su hacienda.
Aviso a navegantes: “Dios me libre de mis amigos que de mis enemigos ya me libro yo”. ¿Habrá alguien dentro del PP que quiera ser candidato a la Comunidad de Madrid sabiendo que los trapos sucios, o se lavan en casa o tus historias saldrán a relucir hasta condenarte a la muerte civil?