Lula da Silva nació en un país famoso por la samba y por el fútbol. Pero también por sus peculiares presidentes. El actual, Bolsonaro, es la peculiaridad elevada a la máxima potencia, pero el propio Lula no se queda muy atrás. Depuesto y encarcelado por corrupción y lavado de dinero, anda ahora peregrinando por los juzgados para dar cuenta de las acusaciones que pesan sobre él. En su comparecencia ante un tribunal de Curitiba, donde declaró sobre unas obras más que sospechosas en una mansión campestre, aseguró que él no mandó hacerlas. De eso se encargaba mi marido, en versión sambera.