Necesitamos voluntad de cambio ante la infinidad de desafíos graves que nos circundan por doquier. Por ello, es fundamental limar nuestras diferencias si en verdad queremos transformar nuestro futuro y que el porvenir sea más justo y armónico para todos. Querer es poder. Para empezar, los gobiernos tienen que amar más a su gente y servirla mejor.
También las multitudes de religiones, a tenor de lo que predican con sus recursos espirituales y morales, les obligan a ser coherentes y a fraternizarse. Los organismos internacionales, igualmente, han de trabajar con perseverancia y ahínco, al menos para lograr que los derechos humanos y la dignidad humana, no se ausenten de ningún morador. Desde luego, existe la necesidad de un esfuerzo global y cooperativo por parte de todos, ya no solo para oponernos a los mil conflictos violentos que nos asolan, también para hacer justicia. Los últimos datos del programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, a nivel mundial, nos dejan sin palabras. Más de ochocientos millones de personas aún viven con menos de 1,25 dólares al día y muchos carecen de acceso a alimentos, agua potable y saneamiento adecuados. Bajo este panorama, solo cabe templar el carácter y desafiar la adversidad con la acción coordinada y conjunta.
Quizás tengamos que invertir menos en armas y más en los trabajadores, estimulando el comercio y el diálogo social que, a mi juicio, es fundamental para frenar el crecimiento de tantas desigualdades. Por otra parte, hoy más que nunca hay que estar con las operaciones de mantenimiento de la paz. En este sentido, conviene recordar que desde principios del año, sesenta y siete cascos azules han muerto en el cumplimiento de su deber. Por tanto, el mundo tiene que dejar la apatía a un lado, limitar el acceso de los sembradores del terror a los medios para llevar a cabo ataques, mejorar los ambientes con más fuerza humanitaria y también preservar nuestro propio hábitat antes de que todo se degrade, tanto el ambiente humano como el ambiente natural. Hemos de reconocer, que a veces nos llama la atención la debilidad de reacciones frente a una cultura destructiva y destructora. Deberíamos recapacitar al respecto, y aunque la maldad nos inunde por doquier, pensemos que al fin, la bondad como la verdad siempre resplandece. A poco que lo intentemos, es la voluntad la que mueve las montañas y hace latir a las piedras.
Sea como fuere, es importante buscar la unidad, y no usar la lógica mundana de que el pez grande se come al chico. Siempre, en cualquier sitio, te encuentras con un ser humano que te sonríe. Resulta admirable la creatividad y la generosidad de algunas personas por fomentar esa unión entre análogos. Sin duda, esta experiencia comunitaria suele provocar ese encuentro y esa ayuda mutua, que a veces, echamos en falta. Olvidamos de que todos necesitamos de todos, hasta para sentirnos bien con nosotros mismos. Tal vez nuestros sistemas de gobernanzas no sean los adecuados.
A mi juicio, aunque no sea fácil poner a salvo los bienes comunes globales, hemos de pensar en utilizar las mejores prácticas humanas para salir de este ambiente de tensión y de desespero que nos acorrala. La grandeza de unos gobiernos se muestra cuando, en momentos de dificultades como el presente, se obra pensando en el bien colectivo, y aorde a los grandes principios. Por ejemplo, el compromiso de España de sumarse a la campaña Mares Limpios, es una saludable hazaña, puesto que los océanos son fundamentales para nuestra supervivencia y debemos hacer todo lo que podamos para protegerlos.
Ojalá nos sirva para recapacitar, pues el uso del plástico no puede seguir creciendo. Campañas como Mares Limpios, deben acrecentarse, al menos para que las empresas y los ciudadanos produzcan y consuman de forma sostenible. No perdamos de vista, o si quieren de brújula, la iniciativa de aquel ciudadano que tiene el tesón y la fuerza precisa para esa evolución humanística que hoy el mundo requiere. A lo mejor es un don nadie, pero lo sabe todo, a la hora de conciliar e injertar pensamientos y actitudes.