La historia parece que tiene esa pasmosa facilidad para repetirse cíclicamente. Teniendo en cuenta este axioma, casi resulta normal que Galicia casi en pleno (falló Ourense y ya hay quien asegura que alguien le chivó a Baltar que los tiros iban por otro lado), apostara por María Dolores de Cospedal, en esa guerra sin balas pero sin con víctimas en la que se ha metido de lleno el Partido Popular. Y es que, como ya sucediera con Juana la Beltraneja en su pugna con Isabel la Católica, los populares gallegos se equivocaron de caballo al que apostar sus compromisarios y, al final, la que tenía que ganar fue la gran perdedora. O no. Resulta que ahora, más que nunca, los votos gallegos pueden ser determinantes a la hora de decidir quién presidirá el PP de cara al intento de asalto de La Moncloa. De entrada, la gran ventaja que da haber apostado por quien ha perdido es que, ahora, esos compromisarios son libres de venderse al mejor postor. Una lástima que el PP gallego no tenga mentalidad de nacionalistas catalanes o vascos. Si así fuera, seguro que ya habrían hecho llegar a Sáenz de Santamaría y a Casado un amplio listado con peticiones.