Que se vayan todos

Deberían irse todos, los 350 elegidos en las pasadas elecciones y hacer nuevas listas con nombres nuevos, con gente dispuesta pensar en España y no en sus partidos. Y aun diría más: con gente que no tuviera en su pasado insultos personales, promesas incumplidas, ambiciones individuales, conflictos con los otros y con los propios. Deberían irse todos porque han fracasado estrepitosamente, porque se les encargó tan sólo una cosa: ponerse de acuerdo para regenerar entre todos este país y seguir por el camino que parece que nos iba llevando a la dolorosa salida de la crisis.
¿Y que han hecho? Han dado el espectáculo, se han enzarzado en batallas particulares que han terminado no sólo en la imposibilidad de formar un gobierno sino en enfrentamientos internos que han agudizado aún más el urgente diálogo de todos con todos. Y mientras ellos dejan con el culo al aire –luego hablaremos de eso– a la pobre democracia, las inversiones se detienen, las comunidades se cabrean y los ayuntamientos se empeñan en gestos ridículos que avergüenzan ya a cualquier ciudadano mínimamente serio.
Que se vayan, todos; si no lo saben hacer –y está claro que no– lo mejor es que se fueran porque el lamentable espectáculo puede continuar. Hay dos Españas ahora mismo que nada tienen que ver con las de Machado; hay una España atrincherada en el Congreso obsesionada con pillar poder y otra España que viene y va cada día al trabajo o a la cola del paro y que está harta de los 350 diputados y de los no sé cuántos senadores (esto es un genérico de forma que se usa el masculino en plural) que si siempre fueron inútiles –no hablo de las personas sino de la institución– ahora están ya instalas en el ridículo.
¿Y qué hacen? Pues ahora viene lo del culo al aire de la democracia. Desde que Tierno soltara aquella boutade de que los programas electorales se hacían para no cumplirlos, la clase política se ha ido refinando y reafirmando en este cínico mensaje y ya te dicen a las claras y con toda seriedad algo que sería absolutamente vergonzoso en una sociedad sana: “miren ustedes, votantes ciudadanos, una cosa es lo que se dice en los plenos y otra lo que se negocia en los despachos”. Pues muy bien; a partir de ahí, a partir de esa premisa ¿para qué necesitamos a 350 señorías ocupando escaños y cobrando mamandurrias más la inutilidad histórica del Senado? Sacamos del Congreso las cámaras de televisión, vaciamos la tribuna de loa medios, se suprimen los plenos y las dietas y se habilitan un par de despachos para que se gobierne este país.
¿Pero cómo tienen el cinismo de reconocer públicamente lo que al menos debería ser un vergonzoso secreto a voces? ¿Cómo nos pueden llamar imbéciles a la cara tranquilamente asegurándonos que una cosa es lo que oímos en los plenos y otra bien distinta los trapicheos que se cuecen en las intimidades? Se me dirá que la política siempre ha sido así, pero eso no es un consuelo. 
Esa no es la democracia que queremos la mayoría y si no hay más remedio que tragar el sapo, al menos que guarden las formas y nos tengan un poco de respeto.

Que se vayan todos

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