“Si no hay comida cuando se tiene hambre, si no hay medicamentos cuando se está enfermo, si hay ignorancia y no se respetan los derechos elementales de las personas, la democracia es una cascara vacía, aunque los ciudadanos voten y tengan un parlamento” (Nelson Mandela). Con esta acertada cita Mandela toca los tres pilares del estado de derecho: el paro, la sanidad y la educación. Se intuye en la frase, además, una velada acusación a la coerción “legal” de los dirigentes hacia sus ciudadanos, limitando y/o prohibiendo derechos fundamentales.
Es una frase que ni pintada para este país. Cuando se recortan derechos fundamentales, recogidos constitucionalmente, en sanidad pública y gratuita, cuando se habla de hambre y necesidades básicas para la supervivencia, cuando se toca, se retuerce y se estruja un derecho tan fundamental como el educativo es de recibo que lo siguiente sean los demás derechos constituyentes. La justicia ya no es gratuita. O sea, el que menos tiene no puede defenderse, el que más tiene, gana. Mientras, el gran capital, la banca, hace y deshace a su antojo con la complacencia de los políticos, que le deben a la misma mil y un favores.
Mientras altos cargos de los tres poderes se hartan de componendas y mamandurrias hasta la desvergüenza, los sufridores ciudadanos de a pie tienen que callarse y decir OK. Los ciudadanos de bien estamos legitimados a cualquier tipo de acción coercitiva que ayude a paliar o suprimir este abuso de poder. Si para los poderes públicos la Constitución es conculcada, pisoteada y pasada a cuchillo por el poder, los ciudadanos estamos legitimados a hacer lo mismo. La ley es para todos o para nadie. Un país en quiebra, un país con un ERE sin retorno necesita la esperanza, la fe en un resurgimiento. El sistema capitalista está más quemado que la pipa de un indio. Y se insiste hasta la necedad con un modelo de Estado que no tiene más leche que dar.
Así, nos vamos al pozo sin remedio. La solución es la contraria: abrir mercado, dar facilidades, aumentar ingresos, disminuyendo gastos. Pero, por supuesto, mientras los de abajo son los que sufren las mezquindades de los poderosos, aquí no se mueve ni el tato. En nosotros está el cambio. En la unión está el renacer de las cenizas y reconstruir las ruinas que ha dejado el enemigo. Mientras así no sea estamos condenados a la esclavitud y a la pérdida del honor como pueblo. Somos una cáscara vacía.