El adiós de May

La primera ministra británica ha sido clara como el agua. Nos vamos –ha dicho– y no hay marcha atrás. Sólo ha pasado medios siglo y nos encontramos con la primera despedida de la UE. Tratarán los británicos que el divorcio sea, para ellos, lo menos doloroso posible que es tanto como decir que procurarán que la despedida les salga a cuenta.
La marcha de Gran Bretaña no deja de ser una decisión traumática para el sueño supuso la mayor iniciativa política de nuestro continente. Que se vaya alguien con quien se ha convivido tantos años no es fácil, pese a que desde el día uno, Gran Bretaña ha estado en la UE de aquella manera.
Pero ahora ya las cartas están encima de la mesa y no cabe trampas. Es indiscutible que un país soberano puede y debe tomar las decisiones que considere oportunas, máxime cuando los protagonistas de la mismas son los ciudadanos. Los expertos en economía ya han expuesto sus tesis no siempre coincidentes. Se llenan de matices, establecen hipótesis... pero parece difícil prever que es lo que va a ocurrir y mucho menos las consecuencias.
Quien se va, se va. Esto es lo único que entiende todo el mundo y lo que sería patético es que May pretendiera una despedida a medias o que la UE se achantara y dijera que no es un divorcio en toda regla. Rectifico. No es un divorcio, es un repudio anunciado sin el más mínimo temblor.
Ni temblor ni afán de hacer daño son algunos de los principios que la UE debería tener presente en la negociación que se avecina. No podemos dejar de lado los intereses recíprocos. No podemos ni debemos olvidar a los miles de españoles que habitan y trabajan en tierras británica. No podemos olvidar el peso del turismo inglés. Repudian a la UE, pero por encima del enfado se debe imponer una justa inteligencia para salvar nuestros intereses y dejar claro el mensaje que quien se va debe asumir las consecuencias de su decisión. Irse e intentar quedarse con lo mejor sin asumir lo peor es algo que de ninguna de las maneras puede ocurrir.
El sueño europeo no ha culminado, pero hay que continuar persiguiéndolo máxime en momentos en que los populismos, los nacionalismos y los radicalismos están tomando cuerpo. Sin embargo, no basta con lamentarnos. No basta con llevarnos las manos a la cabeza, ni dejar preocupada constancia de cómo en la Europa más avanzada los discursos nacionalistas y xenófobos tienen miles de seguidores.
Habrá que pensar en qué se está fallando, qué es lo que se está haciendo mal para que esto ocurra. Si creemos que los populismos, extremismos... solo tienen como seguidores a gentes incultas o excluidas socialmente, nos equivocamos. Algo profundo ocurre en la sociedad y la solución no es irse, sino reflexionar y rectificar y tapar esas rendijas por las que la moderación, la suerte compartida se escapan.
Nos esperan meses interesantes. Se estima que para que el repudio británico sea efectivo harán falta en torno a dos años de negociaciones. Serán dos años que se nos harán largos y en los que veremos crisis de diálogo, acercamientos y más de una bronca.

El adiós de May

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