La Galería Moretart ofrece la muestra “Figurines” del escultor Iván Prieto (Barco de Valdeorrras, 1978), un título que, con ciertas connotaciones irónicas, recuerda las extravagancias que a veces se estilan en el mundo de la moda, pero que también guardan ciertas reminiscencias con el arte pop. En realidad se trata de una vuelta de tuerca de su obra anterior: Brummschädel donde la forma de cabeza le daba pie para ciertos modos de hibridación o de máscara. En esta línea de la máscara o del disfraz, que atañe por necesidad a las personas se sitúan las esculturas que expone. En ellas es de nuevo muy importante la simbiosis de formas entre el universo de lo humano, representado, en este caso, por una serie de figuras femeninas, realizadas la mayoría en cerámica, y otras realidades. Son piezas modeladas con gran libertad e imaginación, sin sujeción a un canon anatómico; a veces estilizadas un tanto a lo Giacometti, como las dos obras que titula “Bailarina” que dejan ver sus cuerpos casi anoréxicos; y las más van acicaladas con ampulosos vestidos y coronadas por peinados o tocados singulares. Son atuendos que le permiten explorar una serie de analogías formales, especialmente con el reino vegetal; pues con frecuencia recuerdan formas de calabaza, de bulbo, de pera o incluso de cactus. Estas reminiscencias son todavía más notorias en la serie que llama de las Amolachadas, un término de su comarca del Barco que parece que significa ablandadas; efectivamente estos vestidos de forma de fruta o de fruto tienen zonas hundidas, blandas, como sucede cuando los tales maduran; aunque tal vez podamos ver en el término una metáfora de que no hay atuendo, por precioso que sea, por llamativo y rimbombante que sea que resista la presión del tiempo.
Ni las modelos más exquisitas, ni los adornos más llamativos dejan de “amolacharse” o, si se quiere, de deteriorarse. Nos parece, pues, que hace un guiño humorístico, ( muy gallego, por cierto), a ese sueño azul de lo impoluto, que no deja de ser pura apariencia, como reza la cabeza que lleva ese título “Blue dreams”, y que va encerrada en un dieciochesco peinado de enormes rulos color celeste. La ironía y la ternura se mezclan a partes iguales en la obra Catch a duck que representa un busto femenino de carnaciones pálidas de un blanco casi gris perla, cuya cabeza va coronado por cuatro patos: dos rojos, uno rosa y otro morado y cuyo significado podríamos traducir por el famoso dicho de “ tener pájaros en la cabeza”, en alusión a las naturalezas soñadoras. Es evidente que Iván Prieto, que en estas obras repite la estructura de una pequeña cabeza y un busto delicado emergiendo sin solución de continuidad del bulboso vestido y con los brazos incluso enterrados en él, quiere hablarnos de todas las apariencias con que se adorna el ser humano, de todo eso que comparte con todos los demás seres, lo sepa o no, y de todo eso inabarcable que está fuera de él.