Hasta el final, un caballero en dignísima retirada de la política. El expresidente del Gobierno fue la estrella en vísperas de la votación de los compromisarios del PP, Mariano Rajoy protagonizó la jornada del viernes por la tarde en el congreso extraordinario.
No defraudó en su discurso de despedida. Primero, la defensa de su gestión en su paso por Moncloa. Reivindicación del trabajo de su Gobierno durante los difíciles años de la crisis económica y el aún vivo conflicto catalán. Moderación y responsabilidad, como barandillas fijas del buen gobernante. Y además, una sentida apología del aquí y ahora de la marca España.
En lo que se refiere al proceso sucesorio en su partido, acreditó sobradamente el sentido de los mensajes previamente trasmitidos a la aristocracia del partido. Cumplió lo prometido. Nada de “dedazo”, nunca se irá del PP y siempre estará a disposición del que ha sido su partido de toda la vida.
Eso dijo, mientras pensaba sin decir: “No como otros”. Era inevitable acusar recibo del mensaje, precisamente cuando José María Aznar, después de renunciar a la presidencia de honor del PP, renegar de su partido y tratar con desconsideración a Rajoy, se quejó de no haber sido invitado al congreso.
Aunque en el último tramo de la pugna sucesoria se habló del malestar del expresidente del Gobierno por el sesgo que había adquirido la campaña, no lo expresó en su discurso de despedida. No de forma explicita, al menos. Quiso mantener su silenciosa neutralidad hasta el final y así lo hizo en su intervención del viernes por la tarde, por mucho que algunos analistas hayan creído ver ciertos guiños favorables a quien fue su numero dos en el Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría.
Lo cierto es que en su discurso ni siquiera hizo llamamientos a la unidad, lo cual hubiera sido perfectamente lógico. Pero ni eso. Se abstuvo de hacerlo, precisamente para que nadie lo interpretara a favor o en contra de Soraya o Casado, y viceversa.
No obstante, personas de su confianza le habían notado incómodo ante la fractura provocada por la pugna sucesoria. Él siempre mostró su deseo de ver una campaña en positivo. Pero ha ocurrido lo contrario y teme que de esta experiencia el partido salga dividido.
En eso se han convertido las primarias del PP, un partido forjado en la cultura de la unidad inesperadamente enganchado a la rencilla personal y la cofradía del santo reproche. Hasta el punto de desbordar la legitima confrontación de propuestas, valores, programas, principios, para quedarse en la descalificación del otro aspirante.